domingo, 20 de noviembre de 2016

Esas hadas


 Cali, 20 de noviembre de 2016

   


Desde tiempos remotos, en la mitología  nórdica, griega y romana, se ha expuesto que en los bosques podemos encontrar hadas. Seres fantásticos que protegen la naturaleza. Es difícil pensar que en nuestra infancia no nos hayamos topado con alguna referencia que nos haya invitado a pasar horas tratando de imaginarlas y, por qué no, también buscarlas en los parques, en los jardines, en nuestros lugares de juego. Son tan solo una representación de ese mundo maravilloso que se vive cuando tienes 4, 5, 6 años, a veces logra extenderse un poco más pero no sin el descreimiento que aporta el desarrollo cognitivo. 

Confieso que soy de las que he tratado (y trato) de prolongar en mis hijos,  lo más posible, ese refugio que aporta la fantasía. Siento que los protege de tantas cosas.  Estoy convencida que el mundo suele ser tan difícil cuando creces, que mientras más duren sin enterarse, se les da un "plus" de felicidad a sus vidas. Pero claro, ese mundo mágico cesa, acaba, el desarrollo neurológico y la realidad nos empuja a tener lo que llamamos en psicología: Criterio de realidad. Algunos convierten eso en religión, otros en creencias sobrenaturales y otros en literatura. Cada quien trata de prolongar como puede su mundo de fantasía; pero lo cierto es que la imaginación es uno de los grandes regalos con los que contamos los seres humanos para escapar de momentos desolados. Ana Frank nos lo mostró claramente con su libro. 


No es fortuito que piense esto justo hoy, día donde se celebra un aniversario más de la Convención de los Derechos del Niño firmada en Ginebra en 1989. Fue un logro tan importante para los niños y, a su vez, con tantas dificultades para cumplirse en la realidad. A los adultos nos ha costado mucho comprender su mundo y poder ofrecerles condiciones que les permitan vivir plenamente, crecer en una realidad donde, por lo menos, se les garanticen necesidades básicas para desarrollarse satisfactoriamente. Como dice Zas (una cantante francesa) en una canción maravillosa que descubrí aquí en Cali (gracias a una brillante referencia de la profesora del Instituto de Psicología de la Universidad del Valle María Cristina Tenorio):


Yo también tengo un hada en mi casa
Desde mis estanterías mira hacia arriba
A la televisión pensando
Que fuera está la guerra
Lee periódicos diversos
Y se queda en casa
En la ventana, contando las horas
En la ventana, contando las horas

Pienso en mis niños queridos: Mis hijos, los hijos de mis amigos, mis pacientes. Pienso en esa hada que vive en cada uno de nosotros y que de alguna manera quedó herida al descubrir que la realidad y la fantasía difieren de manera estrepitosa. 

 Yo también tengo un hada en mi casa
Y mientras come
Hace ruido con sus alas quemadas
Y sé que no está bien
Pero yo prefiero darle un beso
O sujetarla entre mis dedos
Yo también tengo un hada en mi casa
Que querría volar, pero no puede...

Sin embargo pienso, en la gran responsabilidad que tenemos al orientarlos, enseñarlos a fortalecerse dentro de las adversidades. La responsabilidad de amarlos y hacer lo posible porque sean felices. Porque a pesar de todo sigan volando.

Por aquí les dejo el video, la letra y la traducción para que la disfruten igual que yo. 


La Feé


Moi aussi j'ai une fée chez moi
Sur les gouttières ruisselantes
Je l'ai trouvée sur un toit
Dans sa traine brûlante
C'était un matin, ça sentait le café
Tout était recouvert de givre
Elle s'était cachée sous un livre
Et la lune finissait ivre

Moi aussi j'ai une fée chez moi
Et sa traine est brûlée
Elle doit bien savoir qu'elle ne peut pas
Ne pourra jamais plus voler
D'autres ont essayé avant elle
Avant toi une autre était là
Je l'ai trouvée repliée sous ses ailes
Et j'ai cru qu'elle avait froid

Moi aussi j'ai une fée chez moi
Depuis mes étagères elle regarde en l'air
La télévision en pensant
Que dehors c'est la guerre
Elle lit des périodiques divers
Et reste à la maison
A la fenêtre, comptant les heures
A la fenêtre, comptant les heures

Moi aussi j'ai une fée chez moi
Et lorsqu'elle prend son déjeuner
Elle fait un bruit avec ses ailes grillées
Et je sais bien qu'elle est déréglée
Mais je préfère l'embrasser
Ou la tenir entre mes doigts
Moi aussi j'ai une fée chez moi
Qui voudrait voler mais ne le peut pas..

El Hada

Yo también tengo un hada en mi casa
Sobre los canalones chorreantes
La encontré sobre un tejado
Con la cola del vestido ardiendo
Era por la mañana, se olía el café
Todo estaba cubierto de escarcha
Ella se escondió bajo un libro
Y la luna terminaba borracha


Yo también tengo un hada en mi casa
Y la cola de su vestido está quemada
Ella debe sabe que no puede
Que no podrá nunca jamás volar
Otras lo han intentado antes que ella
Antes que tú hubo otra
La encontré replegada bajo sus alas
Y creí que tenía frío

Yo también tengo un hada en mi casa
Desde mis estanterías mira hacia arriba
A la televisión pensando
Que fuera está la guerra
Lee periódicos diversos
Y se queda en casa
En la ventana, contando las horas
En la ventana, contando las horas

Yo también tengo un hada en mi casa
Y mientras come
Hace ruido con sus alas quemadas
Y sé que no está bien
Pero yo prefiero darle un beso
O sujetarla entre mis dedos
Yo también tengo un hada en mi casa
Que querría volar, pero no puede...

martes, 23 de agosto de 2016

De lobos y otros espantos

Cali, 23 de agosto de 2016 

        
No puedo pensar un bosque sin lobos, esos que  siempre hemos escuchado desde muy pequeños. Los lobos, los grandes representantes de las amenazas externas que generan temor en nosotros. Cada uno contiene un mundo particular, construido sobre la base de nuestras vivencias personales, de lo amable o antipática que haya sido la vida con nosotros. Ellos están contenidos en los cuentos infantiles, películas,  en el ideario colectivo y familiar. En este sentido en un libro que narra la historia de los usos del miedo se propone que figuras similares a las del lobo fueron representados en América como el "coco" . Las autoras afirman que (p.11):

Procedente de la tradición europea el “coco” llegó a América con las primeras familias españolas. El fruto peludo de la palma se llamó coco precisamente por su aspecto poco agradable. Porque el coco era un personaje indefinido, sin forma, cara ni voz reconocible, capaz de causar graves daños y, desde luego, repulsivo. Sólo los niños más pequeños podían creer en esa figura que resultaba indescriptible, capaz de cometer maldades abominables y habitante de algún remoto lugar lejos del mundo querido y conocido, por eso temible. Pero, sobre todo, el coco era útil para hacer callar a bebés llorones y a niños inquietos. No importaba que pronto los más avispados le perdieran el respeto, si ya había germinado en ellos la semilla del miedo.

No importa si al crecer caen en cuenta que esta entidad corresponde a una construcción simbólica, puesto que al transcurrir el tiempo los motivos del miedo gestado cambiará y permanecerá una “vaga amenaza de alguna sanción” que en algún momento se cernirá sobre quien se atreva a transgredir el orden”. Y así, desde las familias y las escuelas comenzamos a contribuir con el uso del miedo como forma de control social, que posteriormente es empleado por los gobiernos como un modo de ejercer el poder muchas veces de forma abusiva.

En América Latina hay un sin número de experiencias que hablan del uso de este tipo de estrategias por parte de los gobiernos para mantenerse en sus posiciones privilegiadas de poder. Susana Rotker (2000) hablaba que en nuestra región imperaba una ciudadanía del miedo que se refleja en estados de ánimo que permean las interacciones entre desconocidos en la ciudad. La interacciones cotidianas están cargadas de hostilidad hacia el Otro que considero diferente o desconocido porque es una amenaza, porque puede ser el coco, el lobo, el monstruo…

Mientras vivía en Caracas mis lobos cada vez se fueron tornando más feroces, el miedo que tenía de relacionarme con desconocidos fue creciendo al punto de ni siquiera querer mirar a los ojos a las personas en la calle. Es por esto que cuando llegamos a Cali, una ciudad llena de gente amable que valora el gesto de dar los “buenos días, tardes o noches”, pues no solo me llené de asombro sino que ha representado en sí mismo un proceso de adaptación.

Es así como el día de ayer me encontraba junto con mis hijos, caminando hacia mi casa por una zona un poco solitaria de Cali y de repente nos comenzó a seguir una niña, como de 10 años, bonita y muy bien arreglada.  Se aproximó a pocos centímetros de nosotros y me preguntó que adónde nos dirigíamos. Continuamos caminando y decidí indagar acerca de la razón de su presencia ante lo que responde: -Es que viene el lobo y me da mucho miedo. Ante su aseveración volteé la mirada adonde ella señalaba. Por supuesto que no lograba entender a qué lobo se refería, sus lobos y los míos no son los mismos. Ella me explicó que el lobo es el que se lleva las cosas. Volví a voltear y vi  a tres policías inspeccionando a unos vendedores ambulantes que se encontraban en la acera. Ella insistía que ese era el lobo, sus lobos: La policía. Como ella estaba acompañando a su mamá mientras trabajaba podían llevarse a la niña a “Bienestar Familiar”.

Más allá de las razones que expliquen tal “separación” que podrían fácilmente obedecer a la protección de los niños de la explotación laboral o del trabajo forzado (no lo sé), este episodio quedó dándome vueltas a lo largo del día. Honestamente sentí miedo de ser abordada repentinamente por una niña extraña; en Latinoamérica es totalmente factible que un menor de edad pueda robarte o colaborar con alguien para hacerlo. Su miedo competía con el mío y en ese momento no creo haber podido ayudar mucho más que en hacerle pensar a los policías que ella estaba conmigo (cosa que no hice de manera deliberada porque ella fue quien montó la escena)

Pienso en las condiciones injustas en las que suelen crecer muchos niños en condiciones de vulnerabilidad donde la sociedad no logra ofrecerle espacios seguros que puedan darle oportunidades de desarrollo sano, de bienestar. Pienso en esa niña que aborda a una extraña en la calle, como un modo de buscar seguridad. Pienso en los otros lobos que podría encontrarse en el camino al buscar “tal protección”. Pienso en la inmensa deuda que tienen los Estados con los niños, niñas y adolescentes. En sociedades cargadas de violencia, donde la calle lejos de ser un espacio seguro puede ser terriblemente peligroso, no dejo de pensar en la última frase que esa niña le dijo a mi hija cuando lo preguntó adónde pensaba ir:


-Voy a caminar, me quedaré por ahí, hasta que mi mamá me encuentre.             

sábado, 23 de julio de 2016

¿Paz y armonía en todo el mundo?

Cali, 23 de julio de 2016
Peppa Pig. Episodio del Día Internacional
Pensar a estas alturas que el mundo es un lugar seguro más que una ingenuidad, es una tontería. De manera lúcida lo expresa Alberto Manguel en su libro En el bosque del Espejo: 

Nuestra historia en la historia de una larga noche de injusticia: La Alemania de Hitler, la Rusia de Stalin, la Sudáfrica del apartheid, la Rumania de Ceaucescu, la China de la Plaza de Tianamén, la Norteamérica de McCarthy, la Cuba de Castro, el Chile de Pinochet, el Paraguay de Stroessner y infinidad más forman el mapa de nuestro tiempo. Parece como si siempre viviéramos en sociedades despóticas o al borde de ellas. Nunca estamos seguros, ni siquiera en nuestras débiles democracias.

Hemos creado un espejismo de seguridad a través de instituciones que nos hacen creer que podemos caminar tranquilos por el “bosque” pero lamentablemente cada cierto tiempo (cada vez más frecuente) el lobo aparece y ataca cada vez con mayor impunidad. Vemos con horror eventos como los de Niza, Munich sin ver respuestas demasiado asertivas por partes de quienes deberían garantizar la “seguridad”. Sin ir muy lejos a diario se pueden citar situaciones de espanto en nuestra Venezuela que generalmente solo quedan en el relato del estatus de alguien en su Facebook o en la conversación cercana de familiares.

Y a pesar de esto, seguimos insistiendo en “venderles” a los niños un mundo fantástico, sin peligros, donde el mal siempre es vencido por un héroe que lo vence. Un héroe, dicho sea de paso, muchas veces termina empleando las mismas “cuestionables” herramientas que el villano para vencerlo. Villano y héroe confundidos, sin saber dónde termina uno y dónde comienza el otro, como el ejemplo perfecto del modelo personalista que tanto daño le ha hecho a nuestros “pueblos” a nuestra sociedad.

Los niños exponen con frecuencia su desacuerdo con las visiones reduccionistas de la realidad, donde se intenta esquematizar la realidad. Un ejemplo es el de una niña de 10 años que mientras veía con su hermano un capítulo de Peppa Pig  le dice a su mamá: -Mami, Peppa le da un mal ejemplo a los niños. Cantan paz y armonía en todo el mundo y listo, ¿se  resolvió?!!! El mundo no es así, ni los problemas se resuelven de forma tan fácil. A los niños deberían enseñarles como es la vida de verdad.  Otro, más apegado a la realidad actual, me lo susurró una niña de 5 años en consulta quien me persuadía de no decirle a su mamá que ella sabía que habían robado a su papá la semana anterior:- Es que mi mamá está más tranquila si cree que yo no sé. Si ella se entera que yo sé, se pone muy nerviosa.  

Mientras jugamos a resolverles los problemas, evitamos conversaciones profundas acerca de los conflictos cotidianos, tratamos de negar la razón de las colas y de la falta del celular (porque te lo robaron la semana pasada) Y así, resulta que ellos van descubriendo por sí solos que la realidad muchas veces es cruel, es complicada y que lo mejor es no comentarla con los padres porque tal parece que para ellos no es así o “en casa no se habla de esos temas”

Se parece mucho al modo en que tradicionalmente se abordan temas como el sexo, la homosexualidad, las drogas y todos aquellos temas incómodos que decidimos no abordar con ellos porque nunca son los suficientemente grandes para “tolerar” esa información. En realidad la pregunta que debemos hacernos es en qué momento  nosotros estaremos lo suficientemente listos para aceptar que nuestros hijos vivirán en un mundo SIN nosotros, tendrán que pasar por situaciones difíciles y tendrán que resolverlas por sí mismos.

Es nuestra decisión si abrimos el ruedo en casa para hablar acerca de temas “sensibles” o, esperamos, que en otros lugares (escuela, fútbol, ballet, clases de arte, reuniones, etc) encuentren otros interlocutores que, a su modo, los acompañaran a hacerse una idea de la realidad que no necesariamente se parecerá a lo que deseamos brindarles.


Finalmente descubren que la paz y la armonía del mundo dependen de mucho más que entonar una canción.

domingo, 10 de julio de 2016

In memoriam

Cali, 10 de julio de 2016


Pasaba por aquí para informar que la crisis humanitaria sigue tocando la vida de los niños de manera irreversible. Hace un mes se llevó la vida de Oliver Sánchez. La semana pasada cuatro niños más murieron  por la falta de medicinas que permitiesen no solo alargar su vida, sino también darles una vida un poco más digna de la que pudieron vivir en sus últimos días (tanto ellos como a sus familias) De nuevo la revolución perfecta, sin problemas, sin fallas, tiene en su haber estos cinco nombres y seguro que otros tantos que la estrategia “silenciadora” y de mentira institucionalizada no permiten salir a la luz pública.

Insistiré todo lo que sea necesario: Este mecanismo de violencia política no actúa de manera directa en los corazones de quienes a diario deben padecer los avatares que supone el hambre, la enfermedad y la muerte de sus seres queridos. Solo logra avivar la rabia, la indignación de quienes en su día a día tienen que padecer lo que el gobierno niega

Janelys, Daniela, Sailys, Yasandra sus nombres los dejo aquí, in memoriam, como  un recordatorio de aquellos que han tenido que padecer las consecuencias de un gobierno corrupto, indolente que pretende cubrir con un velo de silencio la agonía de un pueblo que clama por un cambio.

domingo, 3 de julio de 2016

Estamos pasando hambre

Cali, 3 de julio de 2016
Saturn Painting Goya

Mami (me dice mi hija de 9 años) ayer me conecté por Instagram con mi amiga Laura, tenía muchos días sin hablar con ella. Por ser amable le pregunté cómo estaban las cosas por Venezuela y de verdad que siento que no he debido preguntarle eso. Ella me contestó: Estamos pasando hambre.

Por suerte ni mis hijos, ni los hijos de mi familia, ni de mis amigos han conocido ni de cerca la sensación de “HAMBRE” Todos los adultos siempre hicimos lo necesario por garantizar: Sus pancitas llenas, su estado de satisfacción alimenticia. Hacíamos lo posible para verlos nutridos. Ni siquiera durante los últimos meses en Venezuela registraron la necesidad de hablar del tema. Es posible que se colaran en sus conversaciones temas relacionados con la escasez de harina pan, de productos de primera necesidad. Pero esto se colaba como parte del registro que hacían de la angustia de sus padres, quienes ya comenzaban a sentir el rigor de la falta de alimentos en sus vidas.

Sin duda esto ha sido progresivo, poco a poco se fue “entrenando”  a los niños a pedir solo la comida necesaria. Los productos de primera necesidad que podían ser utilizados de manera libre, sin restricciones, se comenzaron a convertir en “provisiones” que se debían racionar: Solo un vaso de leche diaria por niño, media taza de arroz por persona, un huevo semanal por persona (con suerte) Ya hay registros que evidencian que las loncheras escolares podían llegar con un pedacito de yuca o una cucharada de arroz 

La tristeza de mi hija no solo la comparto, la suscribo, siento un dolor profundo cuando cada vez quedan más en evidencia las carencias que padecen las personas que hacen vida en mí país. Nunca se está demasiado lejos para desconectarse de las calamidades que viven nuestros seres queridos. No existe mecanismo disociativo posible que permita sostener una desconexión absoluta de tu realidad, porque así te vayas para Tailandia, las noticias llegan, la información llega y el dolor no lo logra disipar ni el tiempo ni la distancia. Muchos venezolanos que viven fuera reportan la sensación de “culpa” al poder acceder a condiciones mejores a las que sus seres amados en Venezuela pueden hacerlo. Me da dolor que mi hija a su edad, tenga que experimentar esa sensación tan pesada que los adultos que migramos de Venezuela experimentamos. No dudo que los expatriados o refugiados que escapan de situaciones de guerra sientan lo mismo. Sin embargo, el caso venezolano es extraño porque no hay guerra declarada, pero en la práctica es lo mismo.

Uno se va pero el dolor se queda, las huellas y preocupaciones siguen allí, esperando justicia. Que algún día (esperemos que cercano) los responsables puedan pagar por sus culpas y los inocentes tengan la oportunidad de tener una vida bonita. O que por lo menos, tengan la posibilidad de acceder a lo BÁSICO (alimentos, medicinas, vivienda), y de resto, la felicidad sea algo que dependa de una elección y no de la imposición de tener o no tener algo que por derecho ya deberían tener. 

domingo, 12 de junio de 2016

Herramientas para la vida

Cali, 12 de junio de 2016


Si algo aprendí de vivir durante todo este tiempo en Venezuela es que la gente sigue su vida a pesar de la “locura” cotidiana. En el transcurso de dos años los venezolanos vivimos cualquier cantidad de situaciones complicadas: Guarimbas, asaltos colectivos, sicariatos en plena vía pública, cortes sistemáticos de luz y agua, colas cada vez más largas para adquirir alimentos, saqueos, suspensión de actividades escolares lo viernes por “racionamiento” de luz. Seguramente se me saltan algunos horrores, pero entiendo que para quien ha vivido en ese lugar no le resulta novedoso nada de lo que estoy exponiendo aquí.

Siguiendo con la idea, vivir en Venezuela supone una resistencia física y emocional muy intensa por parte de cada uno de sus ciudadanos. Y con todo, todos los días las personas salen a la calle, con la incertidumbre de lo que puede ocurrir, con miedo a ser agredido de cualquiera de los modos antes mencionados. Porque la violencia en Venezuela es así, azarosa y sistemática, te aborda por todos lados: Uno nunca se salva de ser atacado. Y aún así, de manera sorprendente y maravillosa las familias siguen construyendo su vida a diario, salen a trabajar, llevan sus niños al colegio, tratan de regresar a su casa y resolver sus tareas cotidianas que van más allá del horror cotidiano.

Es así, como el concepto de resiliencia acompaña cada paso que duramente hemos dado a lo largo de estos años. Dentro de la angustia que genera los avatares a los que nos someten las malas políticas gubernamentales, las personas intentan optimizar su funcionamiento individual y familiar. En el caso de las familias con hijos, resulta sorprendente el modo en que se han reagrupado según los intereses de los pequeños y generan espacios de recreación y sosiego como un modo de ofrecerles espacios “sanos” de crecimiento.

Las redes de apoyo se han fortalecido de forma indescriptible. Ya no solamente es la familia cercana, ni la extendida. Ahora son los vecinos, familias de los colegios de nuestros hijos, personas que se conocen en las colas, en lugares públicos. Y a través de chats. Estos chats de Whats App donde participan personas diversas y muchas veces que jamás se han visto las caras. Son empleados como un modo de apoyarse en la búsqueda de alimentos y medicinas, pero también para facilitar información relevante con respecto a la seguridad y en muchos casos, simplemente, para ser un desahogo entre tanta tensión que se vive a diario.

Dudo mucho que los creadores de Whats App se hubiesen imaginado que esta herramienta podría ser tan útil para la sobrevivencia de las personas en un país hundido. Estos chats han sido formas de organización maravillosa en tiempos donde las personas necesitarían meses enteros para conocer los lugares donde pueden encontrar lo que necesitan. Peor  aún, muchas veces encuentran allí, la información acerca de situaciones urbanas (que se requiere para la seguridad de las personas) y que el gobierno es incapaz de suministrar por cualquier medio.

El día de hoy me detengo a darle un aplauso a esas familias que están haciendo todo lo que pueden (y no pueden) para garantizarles a sus hijos una vida “feliz”, dentro de lo que se puede, en un país que se cae a pedazos. Y no creo que esto se trate de jugar a la vida es bella, se trata de comprender muy bien el contexto en que se vive y aprovechar al máximo los recursos con los que se cuenta.

Algunas otras cosas que he podido ver en estos tiempos tienen que ver con la capacidad de las madres para reinventar los menús diarios a pesar de la escasez. Sin engañar a los niños les explican que hay alimentos que no se consiguen y los invitan a probar nuevas opciones, esto sin duda resulta un aprendizaje para nuestros pequeños. Otras generan conversaciones donde traen a colación historias de sus antepasados donde en momentos de mucha carestía lograron salir adelante, aprovechando cada pedazo de comida que tenían: Nada se bota.

Aprender de lo difícil, sin vanagloriarse de las situaciones de terrible necesidad que se están viviendo. A partir de allí podemos formar ciudadanos capaces de enfrentar tormentas sin ahogarse. En esa mochila, que uno les deja con herramientas para la vida, podamos dejarles: un remo, un bote, un paraguas, una pala, un pico y mucha energía para trabajar y resistir a pesar de que las condiciones sean adversas.

La idea no es crear una burbuja en medio de la miseria, es hacerles ver que en medio de tanta desolación se pueden construir mundos posibles con la ayuda de otros, de todos. Esta situación pasará, de eso estoy segura, pero tenemos el deber de crear memoria en aquellos que en el futuro les tocará levantar esas ruinas. No apostemos al olvido, al silencio: El recuerdo es el más poderoso generador de fuerza para forjar esperanza.



viernes, 27 de mayo de 2016

Solo una firma

Cali, 27 de mayo de 2016



La crisis de medicinas en Venezuela ha escalado de manera vertiginosa en los últimos meses. Desde el 2015 se han hecho denuncias importantes de muertes de neonatos en centros hospitalarios, lo cual ha ido escalando hasta ahora . Todo esto porque en estos servicios de salud, tanto públicos como privados, no hay los insumos requeridos para atender las necesidades de los pacientes. Ya desde hace más de un año se han realizado denuncias acerca del deterioro progresivo del hospital de niños más importante del país: J.M de los Ríos. Desde Cecodap se interpuso una demanda, a principios del año en curso, para solicitar Medidas de Preventivas Anticipadas de Protección para los niños, niñas y adolescentes, en cuanto al tema de la escacez de medicinas. El Tribunal negó la medida y la apelación por considerarla fuera de lugar y sin pruebas. 

Pero la realidad se impone, muchas veces de formas dolorosas. Y  pese a la insistencia del gobierno de utilizar la mentira instucionalizada, como una forma de violencia política que intenta modificar la realidad con fines gubernamentales, las muertes de niños comienzan a hacerse evidentes. Esto, aunque algunos se nieguen a reconocerla. Son  muchos los niños que necesitan de medicinas para recuperarse de enfermedades, algunas más leves y otras crónicas y con riesgos altos para su vida. Este último caso queda ilustrado en el nombre de Oliver, que con tan solo 8 años, no pudo sobrevivir a su enfermedad por la incapacidad del Estado de cumplir con sus obligaciones. El gobierno no fue capaz de brindarle su derecho a acceder a medicinas que pudiesen ayudarlo a enfrentar su padecimiento. Hoy, se puede decir, que ese Estado vulneró el derecho a la vida de Oliver, quien como muchos otros no pudo continuar con la lucha contra su enfermedad.

Me atrevo a decir que el día de hoy la enfermedad más grave que padece Venezuela es la insensibilidad del gobierno a enfrentar la agonía de un pueblo hambriento, enfermo y que está en peligro de ser víctima de la violencia urbana en cualquier momento. Venezuela está enferma de muerte. Por eso, iniciativas como la que inició Celiner Ascanio, a través del portal Change.org, tienen tanto sentido. Son destellos de esperanza en medio de tanta oscuridad, dan oportunidad de ejercer  acciones de resistencia ciudadana que permitan hacer algún tipo de presión sobre otras instancias que puedan aportar soluciones a este desastre. 

El enlace es el siguiente:  No más muertes: insistamos en la ayuda humanitaria de medicinas para Venezuela Solo debes poner tu firma, correo electrónico, lugar de residencia y decidir si quieres compartirlo con tus amigos a través de las redes sociales.

Este coro de voces, destinado a solicitar ayuda debe hacerse cada vez más fuerte, más audible. En palabras de Nelson Mandela: 

Muchas personas que conviven con la violencia casi a diario la asumen como consustancial a la condición humana, pero no es así. Es posible prevenirla, así como reorientar por completo las culturas en las que impera. En mi propio país, y en todo el mundo, tenemos magníficos ejemplos de cómo se ha contrarrestado la violencia. Los gobiernos, las comunidades y los individuos pueden cambiar la situación.

jueves, 17 de marzo de 2016

La crisis toca mi puerta

Caracas, 12 de marzo de 2016

Juan A. Marcano C @juanmar92c 
Hospital Universitario de Caracas 
#Huc Mi paciente se murió porque no hay FUROSEMIDA#CrisisHumanitaria



Colita de rana
Si no sanas hoy
Sanarás mañana.

Cuando un hijo enferma el tiempo se detiene para sus padres. Nada importa más que ver al niño sano. Pilas de ropa sucia se acumulan al fondo del lavadero, platos sin lavar, no hay trabajo, no hay escuela. Como de la nada emergen energías titánicas y dejamos de dormir y hasta nos saltamos las comidas. Nada importa. Solo que baje le fiebre, cese el dolor, verlo sonreír de nuevo. Ver a nuestro niño feliz.

La enfermedad nos conecta con la inminencia de la pérdida, nos invita a ejercer nuestro rol de cuidadores en su nivel más extremo. Nuestros chiquitos son vulnerables. Esa energía vital que despiden cada día con sus juegos, sus travesuras y su quehacer diario, nos hace olvidar que son pequeños y que necesitan tanto de nosotros, de nuestros cuidados. Nos hace reconciliarnos con nuestros padres, quienes en momentos de sufrimiento pasaron noches en vela como nosotros, dándonos todo  el afecto y amor que estaba en sus manos , y quizás apelando a fórmulas que aprendieron, a su vez, de nuestros abuelos, de sus familias.

Nuestros temores más profundos quedan expuestos y confundidos en el dolor de nuestros pequeños. El de ellos, el nuestro… Allí es cuando nuestro médico, pediatra, surge como un mago maravilloso que nos tranquiliza, que le pone nombre y tratamiento a la dolencia. Nos dice: Hay camino, tranquilos, solo sigan caminando, esperando.

Hasta hace un año esto fue así, nuestra querida pediatra nos daba una solución y la medicina emergía como la solución que nos acompañaba en el camino de recuperación. Pero ahora es diferente, ya el mago se quedó sin parte de su magia, esas medicinas no se encuentran, ni siquiera las más simples: Acetaminofen, Ibuprofeno… De los más complejos, ni hablar: Amoxicilina, Cefixima, Monohidrato de cefadroxilo... Vacunas, antialérgicos, Budesonida, Salbutamol. Entonces, si  tienes a tu niño con temperatura de 39 grados centígrados, sabes lo que debes hacer. Corres a tu despensa y descubres que la reserva que tenías de acetaminofen se venció hace 6 meses. Sabes que si corres a las farmacias te mirarán con lástima y te dirán que hace meses que no llega. Apelas a los amigos cercanos, pero mientras tanto le tienes que dar el remedio vencido, a riesgo que no sea efectivo, que la temperatura no baje, pero es lo que tienes. Algún alma caritativa decide donar su reserva de medicina, pidiéndote que cuando la tormenta pase, se la puedas reponer. No quiere el dinero, necesita la medicina, ya el dinero no vale de nada. La fiebre persiste, la infección es importante, y solo ruegas que la reserva que tienes pueda aguantar hasta el final de esta jornada.

Solo quien ha pasado por esta hazaña sabe de lo que estoy hablando, logra entender la ANGUSTIA que supone transitar este camino de obstáculos y solo apelar a la buena fe de las personas queridas para sanar a tu pequeño. Y solo estoy describiendo la angustia por una fiebre, alguna infección menor; ni siquiera puedo imaginar el horror que puede pasar una madre o un padre cuando su niño tiene algún tipo de cáncer o enfermedad grave, que requieren de tratamientos sostenidos en el tiempo y muy costosos. Ni siquiera puedo imaginar el sufrimiento de ver a sus hijos agonizar lentamente sin tener alguna respuesta de nadie, en especial del Estado.

Este Estado está incumpliendo con sus funciones de garantizar el derecho a la salud de sus ciudadanos, en especial de los más pequeños. El artículo 41 de la Ley Orgánica de Protección de Niños, Niñas y Adolescentes (LOPNNA) establece que:

Todos los niños y adolescentes tienen derecho a disfrutar del nivel más alto posible de salud física y mental. Asimismo, tienen derecho a servicios de salud, de carácter gratuito y de la más alta calidad, especialmente para la prevención, tratamiento y rehabilitación de las afecciones a su salud

 Y en su parágrafo Primero establece que:

El Estado debe garantizar a todos los niños y adolescentes acceso universal e igualitario a planes, programas y servicios de prevención, promoción, protección, tratamiento y rehabilitación de la salud. Asimismo, debe asegurarles posibilidades de acceso a servicios médicos y odontológicos periódicos, gratuitos y de la más alta calidad.

Y luego en el segundo establece que:

El Estado debe asegurar a los niños y adolescentes que carezcan de medios económicos el suministro gratuito y oportuno de medicinas, prótesis y otros recursos necesarios para su tratamiento médico o rehabilitación.

Y no solo incumple su función sino que niega la realidad para justificar su maltrato, su negligencia. Ya el mes pasado negaron las medidas preventivas por el desabastecimiento de medicamentos para niños,  demanda que fue introducida por Cecodap  ante el Tribunal Décimo Cuarto de Primera Instancia de Mediación y Sustanciación de Protección de Niño. Apelando al artículo 42 de la LOPNNA donde se establece que los padres también tenemos la responsabilidad de garantizar la salud de los niños.


Así de simple, no importa que usted como papá o mamá se haya paseado por todos los lugares recónditos del país, haya apelado a la buena voluntad de todos sus amigos y familia, haya tocado la puerta de todos los centros de salud posibles. Eso no importa, según este tribunal, el que usted no haya encontrado la solución es SU problema, no del Estado. Y si eso no fuese suficiente, establecen que no hay pruebas suficientes para que ni siquiera se tomen la molestia de investigar el gran número de menores que han fallecido por falta de medicinas y servicios de salud pública adecuados para solucionar su dolencia. Usted, yo, ninguno seremos una evidencia, un dato, si eso no beneficia a la imagen política del Estado. Tan simple y macabro como esto. Su muerte y la mía no importan. Importa la mentira institucionalizado como medio para sostener la revolución, el proyecto: Este GRAN fracaso llamado Chavismo.

Hasta el día de hoy se sigue esperando por una respuesta a la apelación. Oh si, hubo apelación, en Cecodap somos testarudos. Y es que a los derechos no se puede renunciar (Artículo 12, LOPNNA) y por tanto se necesita alzar la voz por aquellos que dentro de su dolor y confusión no logran hacerlo.  





Y quizás esta historia no fuese tan dramática si añadido a la negación de la situación de escasez de medicamentos por parte del Tribunal Décimo Cuarto de Protección del niño, se suma la negativa de los diputados del bloque oficialista (que apoyan al gobierno) de aceptar las donaciones de medicamentos e insumos de la Organización Mundial de la Salud y de particulares en el extranjero. Se negaron hace dos días, cuando se discutió en la Asamblea Nacional, la necesidad de decretar un estado de emergencia humanitaria debido a la crítica situación en la que se encuentra el sistema de salud en Venezuela. Esto, como una medida que permita aceptar ayuda humanitaria de otros países, lo cual permitiría comenzar a acceder, por lo menos, a algunas medicinas que son indispensables para garantizar no solo el estado de salud, sino la vida de muchas personas.


A estas alturas, este tipo de actuaciones por parte de los funcionarios del Estado, además de ser ridículamente proselitistas, son cómplices de un delito. Con sus acciones están avalando el incumplimiento de uno de los deberes máximos del Estado y están haciendo caso omiso a las alertas de emergencia que llegan de la “realidad”, de su “pueblo” , donde hay gente sufriendo, padeciendo cada día por la impotencia de no poder acceder a un derecho básico como la salud. Y que sabe que de no cumplirse este, se pone en peligro el derecho fundamental más importante de todos: La vida.



Mientras tanto seguiremos cantando para aliviar a nuestros pequeños y para acallar nuestros propios temores: 



Sana, sana 
Colita de rana 
Si no sanas hoy
Sanarás mañana. 


Ojala haya un mañana

domingo, 21 de febrero de 2016

Caracas, 22 de febrero de 2016

Da igual si los dragones existen o no cuando tiene 4 años y cada luz que avizoras en las noches, cada sonido fuerte que proviene de la calle te hacen pensar que acecha el peligro de sus llamas. Da igual, porque cuando tienes miedo, los dragones se “escapan de tu cabeza” (así los hayas logrado “atrapar” en ella, por un rato). Y es que da igual, porque cuando ese dragón representa al asesino que irrumpió de manera súbita en el cumpleaños de un amiguito, pues el dragón es ladrón, el rugido son los disparos y las llamas pueden ser el humo que suelta la pólvora. Es que en realidad, cuando tienes 4/5 años vives en un mundo de superhéroes, princesas y otros personajes de fantasía, que no merece ser ensuciado por una realidad cruel, violenta.

Ya ha pasado un mes desde que una ansiada y planificada celebración de 5 años se vio interrumpida súbitamente por un sicariato a plena luz del día. Un lugar público, resguardado, pero no lo suficiente como para aislarnos de la brutal violencia que nos persigue cada día. No hubo piñata, no se soplaron las velas: Hubo un muerto.

No hay manera de explicar algo así a un niño de 5 años. No existen palabras para describir el miedo, la rabia, la indignación de tener que explicarle a tu hijo que su fiesta no pudo terminar porque ocurrió algo terrible (que por fortuna, los niños no lograron percibir o ver  las dimensiones del horror que vivieron) Fuegos artificiales, tuberías rotas… Otros hablaron de un ladrón que le robo la cartera a una señora. Solo dos vieron al muerto. Sin embargo, entre ellos, en colectivo construyeron una narrativa acerca de lo que pasó y lo que más lamentaban era la fiesta truncada de su amiguito. Que no hubo juguetes, caramelos, ni cotillón. 

Y es que en esta Venezuela de hoy se nos acabó la fiesta hace tanto, que ya ni la recordamos. El futuro es una palabra prestada, que se rompió en algún momento y con la que nos peleamos día a día para construir algo bonito en el presente. Este episodio nos rompió a todos algo por dentro, así como a todos aquellos que de alguna u otra manera los confronta esta violencia desenfrenada en algún momento. Pesadillas, juegos traumáticos, relatos repetitivos del evento, ansiedad de separación fueron algunas de las consecuencias que se generaron en nuestros niños. Se activaron angustias de muerte, no querían salir, ni que sus padres salieran: “Esta ciudad es peligrosa mami, yo ya no quiero salir más”

Pero ya pasó un mes y hubo que cerrar la fiesta. Tumbar la piñata, soplar las velitas, finalmente, mostrar que después de un largo proceso de reparación psíquica podemos resignificar la realidad y transformarla en algo posible, en esa palabra tan bonita que se llama esperanza. Vinieron los amigos, jugaron, saltaron, construyeron universos posibles en su imaginación. Entre tanto las familias pudimos acompañarnos conversando, bromeando, viendo a nuestros pequeños ser felices.  Y es que lo único rescatable de este horror son los vínculos, que nos salvan, que nos permiten acobijarnos y ver lugares posibles aunque todo se vea desolado.

Cantamos cumpleaños, soplamos las velitas, todos tranquilos, felices.

La fiesta terminó.