lunes, 7 de diciembre de 2015

Tarea pendiente

Caracas, 7 de diciembre de 2015

Los procesos sociales son paulatinos, progresivos, son producto de una serie de eventos y subjetividades que coinciden en tiempo y espacio y que de repente cuando menos lo piensas comienzan a verse cristalizados algunos cambios. El momento histórico que vivimos ayer parece ser un ejemplo de esto, después de 16 años parece haber un movimiento hacia una transformación colectiva, que permita romper con un modo de hacer las cosas, un modo de entender al país y sus ciudadanos. Y lejos de pensar que este es el fin de una historia, lo veo como el comienzo de un proceso largo donde debemos asumir la responsabilidad de fiscalizar a nuestros gobernantes, de ejercer la democracia más allá del voto. De pensarnos de forma despolarizada e inclusiva, donde el otro sea parte de la posibilidad del cambio y no mi enemigo.

Y entre esas tareas pendientes está asumir el reto de formar a los futuros ciudadanos: los niños y los adolescentes. La democracia se construye en el día a día, en la relación con el otro y a través de la verbalización, de la explicación de los procesos sociales que subyacen a los fenómenos que experimentan en su cotidianidad. Hay una investigación muy interesante que se hizo en la UCV, por el profesor José María Cadenas, en los años 80, donde se les preguntaba a 81 niños entre 7 y 13 años acerca de conceptos básicos de política. Entre estos conceptos destacaban: Libertad, Venezuela, Gobierno, Estado, democracia, presidente, entre otros. Entre las conclusiones que arroja aporta que la precisión de los conceptos políticos de los niños se profundizan en la medida que tienen mayor edad, en tanto su desarrollo cognitivo es mayor. A su vez propone que estos conceptos se forman a partir de la influencia de la familia y la escuela, que son elementos esenciales del proceso de socialización política del niño.

Partiendo de estos hallazgos tan relevantes para el momento histórico que nos ocupa, considero fundamental que en cada casa, en cada aula de clases se dedique un espacio prudencial para discutir con los niños acerca del proceso sociopolítico que ocurrió ayer. Propongo que nos paseemos por los siguientes puntos:

1)     División de los poderes públicos en una sociedad: Poder ejecutivo, legislativo,ciudadano, electoral y judicial
2)     Funciones que debe cumplir cada uno de esos poderes en un sistema democrático
3)     Personas que conforman cada poder.
4)     La función de los ciudadanos en la elección de los miembros de cada poder
5)     Resaltar la función de regulación que tiene cada órgano sobre el otro.
6)   Rescatar la historia contemporánea de Venezuela y el modo en que el poder legislativo desde un momento determinado estuvo constituido solo por personas que tenían una sola tendencia partidista.
7)     Reflexionar acerca de las causas de ese momento y cómo los ciudadanos fueron  copartícipes de esa situación por acción y omisión.
8)     Reflexionar acerca de las consecuencias de tener un poder legislativo que sólo favorezca al partido de gobierno.
9)     Continuar con la historia de la Asamblea Nacional, hasta la actualidad.
10)  Discutir acerca del rol ciudadano en esta nueva etapa donde se respete y se pueda legislar desde la pluralidad.

Esto parece ser tan solo el comienzo de una larga discusión que podría abrir puertas de intercambio, de diálogo democrático entre escuelas y familias, donde niños y  adolescentes se sientan protagonistas de una sociedad que necesita ser pensada para ser transformada y construida. La formación de ciudadanos responsables pasa por hacer memoria. Por hacer de la historia un devenir donde quienes estamos en la calle seamos sus voceros y dueños. Me uno al sueño del gran Paulo Freire quien en 1965, en su libro Educación como práctica  de la libertad decía:

La educación de las masas se hace algo absolutamente fundamental entre nosotros, educación que, libre de alienación, sea una fuerza para el cambio y para la libertad. La opción, por lo tanto, está entre una "educación" para la "domesticación" alienada y una educación para la libertad.

martes, 24 de noviembre de 2015

Apuesta ciudadana

Caracas, 23 de noviembre de 2015

Caperucita Roja
En épocas de lealtades sigo siendo fiel a mis afectos, que más allá de mis emociones personales, aluden a la relación que establezco con las personas con quienes me relaciono en lo público y en lo privado. Quizás porque desde mi infancia, la pauta primordial que me dieron mis padres para analizar ciertas situaciones conflictivas tenía que ver con el modo en que mis acciones podían afectar al Otro y viceversa, y esto pasaba por preguntarme: Cómo se sentirá la otra persona si yo le hago esto? Qué hizo el Otro para que yo me sintiera de cierto modo? 
  
Admito que es una visión un poco simplificada de la dimensión ética del ser humano, pero cuando se trabaja con niños descubres que mientras más concreto sea tu lenguaje, mientras más apegado a su experiencia esté, habrá una mayor posibilidad de que puedan comprender alguna situación y que, posteriormente, puedan generalizar su comprensión a otras experiencias similares. Lo ético y lo político son dimensiones por las que los niños se pasean a diario, aunque los adultos nos empeñemos en excluirlos de este tipo de discusiones. Cuando un niño debe decidir si denunciar u ocultar alguna agresión a la que está siendo sometido un compañero se debate entre exponerse y proteger a su par o retroceder (hacerse el loco) y quedar como cómplice del agresor a partir del momento en que decidió hacer silencio. 

Los silencios en sí mismos, también cobran una dimensión política. Cuando  el silencio ante actos injustos se convierte en el lugar común de una comunidad para manejar la violencia, la convivencia  se mella, se hace pesada. El con-vivir se  configura en una serie de desconfianzas que solo responden a los intereses de protegerse, de sobrevivir. La invisibilidad es un riesgo que vale la pena asumir.

Cuando los niños descubren que con sus acciones son capaces de transformar el espacio público, que con sus acciones logran transformar las relaciones y vidas de los demás, logran involucrarse más con los lugares donde hacen vida. La paz lejos de ser un resultado, un estado de tranquilidad incólume donde todos vivimos en armonía, es un proceso dinámico que se construye a partir de la capacidad de cada uno de nosotros para resolver de manera asertiva los conflictos. Es decir, que podamos resolver conflictos sin hacer uso de la violencia. 

Uno de los modos de evitar las acciones violentas hacia los otros, de resolver de manera asertiva los conflictos, es partir del significado que tienen las personas para nosotros, nuestros compañeros, nuestros amigos, los seres humanos en general. Hace poco estuve en Barquisimeto en un encuentro bastante productivo con padres, madres y profesores. Hablamos de la promoción de una cultura de paz en la escuela. Dentro de las reflexiones realizadas destaca la de una profesora quien narró una experiencia con un alumno de los últimos años de educación diversificada. Luego de tratar por todas las vías disciplinarias de propiciar un cambio en la conducta disruptiva del joven decidieron aventurarse en una estrategia arriesgada. El joven debía pasar el resto de su año escolar colaborando con una docente de preescolar, su función era estar dentro del aula de clase por un periodo determinado apoyando en control grupal y otras responsabilidades. El joven aceptó con renuencia y asistió a su primer día de trabajo con desagrado y para su sorpresa y el de todos los demás, este joven regresó transformado después de ese primer día de trabajo con los niños. En sus palabras “había encontrado a un niño igual a él y quería ayudarlo a cambiar” Y así lo hizo, pero en su afán de “tutorear” a su pupilo, su conducta también se transformó. A partir de la relación con el niño logró hacer una conexión afectiva con sus profesores, con sus padres; logró comprender la hostilidad con la que muchas veces se relacionaba con ellos y con sus compañeros. A este joven el vínculo le dio una oportunidad para repensar algunas experiencias vitales desde una posición diferente. 

En tiempos donde la polarización política induce a simplificar de manera categórica la realidad, tenemos la meta de construir espacios diversos donde los niños con su maravillosa capacidad para ver y tolerar lo plural, se den la oportunidad de pensar (se) en relación con los Otros. Que al final puedan ser leales a sus afectos, a criterios éticos universales donde el conflicto puede ser un aprendizaje para la vida, para ser mejores personas.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Amarillo

Caracas, 9 de septiembre de 2015


Sin lobo no hay cuento
La posición neutral, “nini”, “del medio” siempre ha sido un enigma para mí. Quizás porque soy de las que piensa que cuando hay situaciones de abuso de poder, ser neutral es una forma de suscribir de forma silente el exceso que se comete. En nuestro país, generalmente se ha empleado el término para señalar a aquellas personas que no se identifican con ninguno de los bandos partidistas que de manera polarizada se han establecido: El oficialismo y la oposición.

En algunas familias que he tenido la oportunidad de atender, este tipo de postura suele ser adoptada por algunos miembros, para proteger los vínculos afectivos del efecto lacerante que genera la polarización. Sin embargo, para los niños y niñas que conozco esta posición les resulta incomprensible y ni siquiera se la plantean. Sin importar la simpatía partidista que profesen, sus opiniones suelen ser claras y coherentes con aquello que piensan. Es posible que esto forme parte de los efectos que causa vivir en un país donde la dicotomía está la orden del día y las categorías partidistas forman parte del modo en que comprenden las relaciones y la elección de sus amistades. Por más lamentable que parezca, esta es una de los dilemas ético-políticos por los que deben atravesar los niños/as que habitan en sociedades donde impera un discurso polarizado, como el que desde hace muchos años padecemos en Venezuela.

Sin embargo, haciendo una revisión de mi experiencia clínica, recordé la experiencia grupal (p.173) que tuve con un grupo de niños de 5to grado de un colegio del oeste de Caracas en el año 2005. En esa experiencia se buscaba estudiar el impacto de las situaciones de polarización política en los niños. A través de una historia extraída de un libro albúm (los niños no quieren la guerra) se les invitaba a formar parte de un juego que estimulaba la adopción de posturas polarizadas. Debían dividirse en dos bandos (rojo o azul) y en función de eso jugar a librar la guerra que proponían los reyes del cuento.  Los grupos se dividieron casi naturalmente: Las niñas se aliaron con la reina roja (yo) y los niños con el rey azúl (mi compañero) Cuando ya casi todo estaba decidido, un niño de manera determinada nos expresó su decisión de pertenecer a otro reino. Todos los presentes nos quedamos un poco desconcertados y exploramos con detalle a qué se refería, y sin muchas vueltas nos dijo: -Yo soy del reino amarillo, sino no juego.

En ese momento, nos pareció fascinante su determinación y divergencia ante la dicotomía y años después la valoro y entiendo más. Gabriel, era un niño con sobrepeso, solitario, de muy pocos amigos, persistentemente era receptor de las burlas de sus compañeros. Quizás por esto, estar solo le resultaba una mejor idea. Pero por otro lado, era un niño agudo, profundamente crítico que continuamente le reflejaba al grupo la “estupidez” de seguir una guerra que habían creado unos gobernantes y que no tenía ningún sentido para ellos. Recuerdo que planteaba que la amistad que ellos tenían, valía más que ese juego y que lo que estábamos proponiendo desde la “autoridad” Su postura crítica hizo tambalear las convicciones de muchos niños, que en su momento le solicitaron formar parte de su reino. Resultó ser un líder carismático, pausado, que ofrecía comodidades y seguridad a sus nuevos seguidores. Esta postura le ofreció un nuevo lugar en su salón, sus compañeros comenzaron a reconocer cualidades que no habían visto. El amarillo surgió como una opción honesta, cuestionando el poder y se erigió como una opción despolarizadora del grupo.

 Hasta el día de hoy esa es la única postura “neutral”  que ha logrado convencerme, que me ha llevado a repensar el rol de los espectadores dentro de las dinámicas de violencia y de la posición que cada quien decide asumir en un momento dado. Su voz fue la de un espectador activo (upstander) que decidió romper con la dinámica de desigualdad de poder propuesta y, de manera respetuosa, introdujo una opción cuestionadora que diera paso a la disidencia.

Lo veo desde la distancia que da el tiempo, en mi memoria. No supe más de él, de ellos.

Ojala que ese amarillo le haga brillar siempre.


miércoles, 2 de septiembre de 2015

Algunas voces no hablan

Caracas, 20 de agosto de 2015

Caperucita Roja
Se llama Lucio y tiene 8 años, formaba parte de un pequeño grupo de niños a quienes tuve el gusto de dar una charla de acoso escolar.  Su familia vive en algún sector cercano a El Valle (sector popular de Caracas) y mostraba un interés inusitado en escuchar y conversar acerca del tema. Cuando pregunté acerca del motivo de mi visita, los niños respondieron que venía a hablarles de la violencia en el colegio, de cómo les pegaban y trataban mal en la escuela; quizás lo que no estaba dentro de mi “libreto” era descubrir que quienes más tenían que contar aquella tarde eran ellos.

No es novedad que los fenómenos psicológicos son experimentados de manera diferente según la historia personal, social y familiar de quien los vive, pero en este caso queda muy claro que, el acoso escolar que padecen los niños y adolescentes que hacen vida en los sectores populares, adquiere peculiaridades muy diferentes  al que padecen aquellos que se encuentran en sectores un poco más protegidos de la violencia urbana. Lucio con su ritmo pausado, me explicaba que en su escuela él no podía defenderse de los agresores, que debía buscar la compañía de adultos para evitar que los insultos no pasaran a golpes, cuchilladas o disparos. “A veces los maestros no saben, pero yo me quedo allí, al lado de ellos, porque a los malos les da más miedo joderme si yo estoy con un maestro”

Mari, de 9 años, contaba que en su escuela se pusieron de acuerdo varias niñas para denunciar, en secreto a otra niña que había llevado una botella partida para matar a otra: “La maestra y la directora le revisaron el bolso y le encontraron la botella. Por lo menos se salvó de esa” Las anécdotas de estos niños evocaron los recuerdos de sus compañeros, acerca de muertes violentas que han padecido o presenciado. Lucio explicó que vio cuando a su tío le dispararon en la cabeza y cayó ensangrentado en la puerta de su casa; los demás decidieron desviar la conversación hacia temas relacionados con atracos, con armas de fuego de los que habían sido víctimas, ellos o sus familiares.

Todos manifestaban miedo por escuchar disparos o “tiros” alrededor de sus casas y expresaban su deseo de “asomarse” a las ventanas para  enterarse de lo que ocurría. Si bien reconocían el riesgo de su deseo y comprendían la prohibición de sus madres o representantes, sentían que su inquietud por conocer la realidad, por satisfacer su “curiosidad”, era mayor que la percepción de riesgo: “Somos niños, nos da curiosidad”

La muerte está de la mano, se la topan en la puerta de su casa y toma el nombre de su tío, su hermano y en casos más dramáticos de sus padres. Conocen y reconocen armas de fuego: Tipos, características, proyectiles; la violencia no es algo que los puede alcanzar: Los alcanzó y hace tiempo.

Y a pesar de eso encuentran refugios que los rescatan de la naturalización de la miseria y encuentran cuestionamientos éticos que los invitan elegir la esperanza y la vida por encima de la muerte. En el cierre de la sesión Lucio expone que la violencia no es la solución, que jamás le gustaría matar a alguien “mi papá es policía y solo quiere estar en oficina. Dice que el día que lo saquen a la calle, él se retira de su trabajo… En la calle tiene que disparar para defenderse, él dice que cuando se mata a alguien todo cambia, hay algo que te destruye la vida”

Una conversación que comenzó con un tema micro, se convirtió en macro. El tema de la violencia urbana o la “inseguridad”, como la llamamos coloquialmente, arropa todas las dimensiones de las vidas de las familias y de las historias personales de los niños y adolescentes que las conforman. Son realidades que ni siquiera vale la pena hacer el esfuerzo de esconder, hablan por sí mismas: Se desbordan y desbordan la psique de nuestros niños.

Bader Sawaia (2002) psicóloga social brasilera, desarrolla un concepto de salud que supone mucho más que la ausencia de enfermedad física y pone de relieve el rol del estado para cubrir las necesidades de los ciudadanos y el compromiso de la colectividad para reducir el sufrimiento. Hay competencias del estado que no pueden ser solucionadas por las personas, sino a través de políticas públicas que son responsabilidad de los gobiernos.

El caso de la inseguridad es elocuente, las repercusiones traumáticas que está dejando en la sociedad son incuantificables y con consecuencias que ya estamos observando. Tal como expresa esta autora en dos principios básicos para considerar la salud desde una perspectiva ético-política (Sawaia, 2002 cp. Montero, 2012) :

1. “Vivir no es solo sobrevivir”, pues las personas al lado del techo y el alimento necesitan la libertad, la felicidad, la creatividad y el disfrute de la belleza. 

2. La transformación social no se reduce a derrocar un tirano. Requiere acciones diferentes, mas dirigidas a combatir las relaciones de servidumbre.

El bienestar psicológico parte de establecer relaciones sanas, proactivas, basadas en la cooperación y en condiciones igualitarias de poder. La violencia es contraria a las premisas necesarias para el desarrollo de niños y adolescentes sanos. Si bien las familias y escuelas son elementos que pueden constituir factores protectores y amortiguadores de los efectos de la violencia, hay un gran monto que es responsabilidad de un sistema macro que ha sido incapaz de ofrecer un ambiente de seguridad (de todo tipo) a sus ciudadanos.

Lucio, Mari y los otros niños son víctimas a su vez de una violencia más grande: La pobreza, que es una forma de exclusión psicosocial. Darles voz es una forma de incluirlos dentro de un discurso generador de memoria y significados colectivos, que suelen estar armados por quienes tienen los altavoces del poder. Ellos con sus voces transformaron el abordaje que he venido haciendo del fenómeno de la violencia escolar, sus voces le han dado forma a nuevas maneras de construir una realidad silente. Silente no por estar oculta, sino por no ser mirada (o por no querer ser vista)


Yo fui a hablar de violencia… Y eso hicieron.

domingo, 9 de agosto de 2015

Jugando a la guerra

Caracas, 9 de agosto de 2015

Si el mar está bravo, ellos juegan.

Si el día está claro, juegan

Y si es lluvioso también juegan.

Juegan a sus juegos de barcos, de lluvia, sol, tormentas. Vida y muerte. Paz y guerra.

Todos, todos los niños por igual, buscan modos simbólicos de representar lo que acontece, fundiendo lo de adentro con lo de afuera: Sus miedos, alegrías, tristezas, frustraciones. Todo aparece ilustrado en ese arte complejo que implica jugar.

Es por eso, que no es de extrañar que las diferentes situaciones de crisis sociopolítica por las que hemos atravesado en Venezuela también se reflejen en sus actos lúdicos. Ya Martín-Baró lo había descrito en sus investigaciones acerca de trauma psicosocial; advertía que en contextos de guerra, como la que se vivió en El Salvador, los niños y adultos solían mostrar síntomas psicológicos producto de la angustia generada por la situación bélica. Luego Punamaki (colaboradora del libro Psicología de la guerra de Martín-Baró) abordó el impacto que tenía en los niños y sus madres, estar expuestos a hechos traumáticos relacionados con la ocupación militar en la franja de Gaza desde 1967. Luego en el 2005, realicé una investigación con niños caraqueños donde quedaba evidenciado el efecto de la polarización política en sus vidas y en el modo que se relacionan con sus pares, sus familias y seres cercanos.

De allí, que encontrar representaciones lúdicas como las que hicieron mis hijos durante los enfrentamientos entre policías y sociedad civil en febrero- marzo de 2014, resultan absolutamente esperadas. Allí, queda evidenciada la representación que estaban haciendo de lo que ocurría,  pese a los esfuerzos de sus padres por matizarlo.

Juguemos en el bosque mientras el lobo no está…


Posteriormente, comenzaron a aparecer a través de las redes sociales fotos, de hijos de personas cercanas a mí, quienes mostraban, consternadas, imágenes de muñecos haciendo “colas” para adquirir alimentos. La primera apareció en el mes de febrero de este año  y pertenece a  una niña de 3 años que vive en Caracas. 


 

La segunda, es de ayer  su mami la titula: La tienda de Honguito. El niño tiene 5 años y vive en  Barquisimeto. Y si se fijan un poco, la longitud de las colas varía, no en vano la segunda es más larga.



La escasez de alimentos se ha convertido en un tema de preocupación y mucha angustia para las familias venezolanas y por tanto comienza a serlo para los pequeños de la casa. Aunque tratemos de cubrir sus necesidades, de mantener llenos los vacíos que en algún momento tendrán, notan la ansiedad de mamá, la irritabilidad de los padres, el “no hay” convertido en frase permanente. Esto, sin contar, lo evidentes que han comenzado a ser las “colas” en los lugares de abastecimiento, a pesar de los intentos del gobierno por evitar su difusión por redes sociales.

Somos espectadores activos de la deconstrucción de un país con piezas desencajadas. Soy de las que piensa que mantener en la memoria colectiva estos momentos aciagos,  nos permitirá encajar las piezas donde van y no cometer los mismos errores. Los intentos lúdicos de los niños por mostrar lo que están viviendo, son una vía para comenzar a contar historias, para fijarlas en su memoria, sin que esto signifique caer en la desolación. Estos juegos deberían acompañarse de palabras, de historia, de significados, que traten de dar forma a esta situación de irrealidad que nos abate día a día. Si no lo hacemos, igual seguirán jugando, es su maravillosa forma de resistencia, pero es posible que algún Otro le asigne un significado ajustado a sus necesidades de permanecer en el poder. 

Yo apuesto a jugar con ellos. 

jueves, 16 de julio de 2015

¿Qué haría Alicia?

             Caracas, 15 de julio de 2015                                                  
                                                         


Lucha de Alicia contra el Jabberwocky





Cuando vives en un país parecido al inventado por Carroll, nada es sencillo. Se hace particularmente difícil criar a tus hijos/as con un criterio ético que obedece a los parámetros de un lugar donde las reglas se construyen para seguirlas y no para desobedecerlas, tal como ocurre de manera habitual en Venezuela. Llama mi atención como la ideología logra colar hasta los contextos más reflexivos. Esos que deliberadamente tratan de darle significado a las incongruencias del discurso,  que vienen desde las narrativas oficiales. En este sentido los niños/as muestran a través de su interpretación de la realidad y de sus experiencias, muchas de los fantasmas contra los que luchamos a diario. Debo decir que cuando los reconozco me espanto, respiro y retomo la idea de qué se inventaría Alicia para salir del escollo disparatado que se encontró en ese país surreal: El de las maravillas.

Luisa, 9 años, crece en una familia constituida por dos profesionales universitarios. En casa se discute abiertamente de temas políticos y se le da la oportunidad de opinar y expresar sus puntos de vistas acerca de la situación del país. En medio de una conversación expone: -Ojala que cuando Maduro se muera tengamos a Capriles como Presidente. Sus padres desconcertados ante el comentario, le piden que profundice en su planteamiento, ante lo que responde: -¡Claro! Es que antes de Maduro estuvo Chávez y después que se murió fue que hubo un nuevo Presidente. Por eso digo, que cuando se muera Maduro entonces podremos tener algo mejor.

Esta anécdota, supone un desconocimiento de la alternabilidad del poder que es inherente a toda democracia liberal, representativa, participativa o el calificativo que se le quiera adjudicar. La idea básica es que el poder debe rotar y que para ello, los ciudadanos deben elegir la figura que ocupará ese lugar. Luisa ha ido a votar con sus padres desde que tenía 3 meses de nacida, conoce la importancia del voto, de las elecciones. Sin embargo, la realidad pesa más, durante 7 años solo conoció un presidente y ahora hay otro porque el primero murió. Así de simple, así de concreto, la democracia se transmite a través de los hechos y no de palabras.

Marcos, 7 años, vive con su mamá. Su papá nunca ha vivido en casa. En su hogar la idea de emigrar ha sido recurrente desde hace 3 años, pero no se ha podido concretar. Su madre trabaja para un ente gubernamental y trabaja muy duro para sostener su hogar. Un día, mientras hablaban de sus planes de irse, surge el planteamiento de la inversión económica que supone. Ante esto Marcos mira a su mamá y le dice: Mamá, ojala todo fuera gratis, así pudiésemos hacer lo que queremos. Que nos den todo, que salgamos a la calle y podamos tener todo sin pagar.

Este argumento de la gratuidad sin trabajar forma parte del discurso populista que se ha arraigado en la sociedad de manera casi irreversible. Y si bien cuando se es niño ese tipo de ideas pueden ser esperadas, no dejan de ser un reflejo de la trampa que los regimenes autoritarios le ponen a sus pueblos: Si apoyas todo lo que hago y digo, aunque no funcione, tendrás lo que deseas. Y así, dentro de esa trampa, los únicos que alcanzan sus objetivos son quienes ostentan el poder. Debe quedar claro para todos, niños y adultos: NADA es gratis; todo supone un costo emocional, económico o de otro tipo. Esta fantasía obedece a carencias muy primitivas, de etapas muy tempranas del desarrollo, donde la madre debía satisfacer todas las necesidades de manera continua y sin esfuerzos. Las sociedades, como las personas, deben caminar hacia la autonomía para desarrollarse y construir vidas ajustadas a lo que desean de sí mismas. Para ello hay que luchar, si esperamos pasivamente que alguien lo haga por nosotros tendremos que someternos a lo que ese alguien desee darnos y ajustarnos al futuro que tenga pensado para si mismo.

María, vive en un sector popular, tiene 10 años y en su familia hay conflictos permanentes por diferencias partidistas. Su mamá le insiste que sus afectos no deben estar supeditados a las diferencias políticas, pero en la práctica se ha dado cuenta que el asunto es complicado. Conversando con su maestra y algunos compañeros comenta: -Yo no entiendo, yo creo que todos deberíamos pensar lo que piensa Maduro y ya, todo sería más sencillo si todos pensáramos lo mismo, así no habrían esas peleas que son tan fastidiosas y seríamos más felices.

El efecto que la polarización política ha dejado en las familias venezolanas ha sido devastador. Los espacios de disidencia cada vez son más cerrados y los niños han crecido viendo a sus familias dividirse por asuntos que no obedecen a diferencias afectivas sino políticas. Esto se erige como un resultado del discurso polarizador oficial, que para fines de poder, se utiliza con cierta regularidad para buscar cohesión con las ideas del líder político. Si bien no resulta una imposición directa por parte de poder que todos pensemos iguales, suele haber una recriminación y descalificación permanente del discurso contrario al oficial, que en lo concreto devela la idea: Si todos nos alineamos con el poder, podremos ser felices. Menuda trampa con la que nos encontramos en ese país surreal de Carroll. Como la reina de corazones, el poder es voraz, insaciable y por más obediencia que se le profese jamás parará en sus ansias de control. Renunciar a nuestras ideas, en busca de la felicidad, quizás es de los contrasentidos más lamentables que impone el totalitarismo.

Es por esto que debemos estar atentos a los discursos de nuestros pequeños/as. Dar voz a sus preocupaciones acerca de la realidad económica, política y social. Esa es la única manera de toparnos con estas “trampas” que quedan arraigadas en su manera de comprender su relación con la sociedad y con el poder. Nuestra mediación como facilitadores para la reflexión, para la problematización de la ideología impuesta es fundamental. Nos permite darles recursos que les permitan cuestionar los sinsentidos que, lamentablemente, se han convertido en hábitos. En apariencia, en la superficie, son inofensivamente “maravillosos” (como el de Alicia).


Y, ante la insistente pregunta: ¿Cómo lo hacemos? ¿Qué debemos hacer? Les invito a preguntarse: ¿Qué haría Alicia?

sábado, 4 de julio de 2015

Sarita se va


Caracas, 04 de julio de 2015


 Nunca ha sido fácil decir adiós. Vengo con una falla de origen que hace que las despedidas sean episodios dolorosos, que prefiero evitar a toda costa. Lástima que me tocó vivir en un país donde decir adiós, se ha convertido en casi una rutina. Puedo contar por lo menos 17 años, desde la primera vez que tuve que despedirme de mi mejor amiga que se fue a estudiar para Argentina. Ya de ahí en adelante todo es historia y cada año la suma se hace mayor.

Sin embargo, debo admitir que durante mi niñez no viví ese tipo de situaciones, quizás por eso ahora que soy adulta, se me hace más difícil. Por el contrario, me tocó conocer y compartir con personas maravillosas cuyas familias habían salido de sus países, Chile y Argentina, escapando de las tiranías de Perón y Pinochet. Una de ellas sigue siendo mi mejor amiga. Tuve la fortuna de acompañarlas, de forma ingenua, en su proceso de arraigo y creación de una nueva identidad en un país, que para ese momento, tenía mucho que ofrecerles. Sobre todo tranquilidad.

Mis hijos habían logrado zafarse hasta este año de esas despedidas. Aunque personas muy queridas se han ido del país, su distancia nos ha afectado más a su papá y a mí. Hace dos meses recibimos la noticia que la familia de Sarita había tomado la decisión de irse del país. Sarita es una niña que mi hijo Pablo, de 4 años, quiere mucho. Se conocen desde  hace dos años y han construido una relación muy cercana. Durante algunas semanas estuvimos explicándole que su amiga se iba, que no la iba a ver más, pero en su registro, su pensamiento concreto solo le permitía concentrarse en el aquí y ahora. Solo se podía concentrar en la presencia de su amiga, con quien le encantaba jugar todos los días. Llegó el día de la despedida y en su salón organizaron una fiesta y Pablo decidió llevar unas cotufas para compartir: -Mami has unas cotufas deliciosas- decía- para que Sarita se ponga feliz. Y con esas cotufas y otras golosinas llegó el día del adiós.

No hay día de la semana que Pablo no hable de su amiguita. En el colegio, su maestra nos cuenta, que parte de la rutina matutina es preguntar a los niños cuál de sus compañeros está ausente o no asistió ese día particular. Cuando esto ocurre él levanta la mano y dice: -No vino Sarita. Y si bien la negación forma parte del proceso de duelo, no dejo de pensar que para Pablo, hablar de Sarita es su manera de mantenerla cerca, es jugar con ella en su recuerdo. Si bien acepta que su amiga no está, juega a hacerla presente con su memoria, logra mantener ese “objeto bueno” cerca, muy adentro para sentirse feliz. No en balde, desde el psicoanálisis se ha aportado que los procesos de duelo no consisten en separarse del muerto, sino de cambiar su relación con él (Allouch, 2006) Y si bien aquí nadie se ha muerto, las separaciones físicas de un ser querido, suelen experimentarse con un nivel de intensidad similar o por lo menos desencadenan procesos similares, a los que ocurren cuando alguien muere.

Si hay algo que me maravilla de la psique y particularmente de los niños, es su capacidad de mantener la esperanza y apego a la vida más allá de lo adversas que sean las circunstancias. Suelen construir mundos posibles y transformadores a través de la imaginación, lo que les da un margen de recuperación muy positiva. Mi Pablo, con su ensoñación, con su insistencia de nombrar a Sarita, me muestra su necesidad de gritar: Ella está aquí aunque no la vean y seguiré nombrándola para que nunca se vaya.  La mente encuentra rutas maravillosas para revincularse con los objetos “perdidos”, esos tesoros que le dan sustento al resto de nuestra vida.

Hoy nos enteramos que es posible que Sarita regrese y Pablo está “encantado” (literal) de verla de nuevo. Y también supimos que se van 6 niños del salón, todos fuera del país. Quizás el proceso de Sara le dará herramientas para manejar los cientos de duelos que vendrán en el corto plazo.

Referencia


Allouch, J (2006) Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca. Pág. 336. Ediciones Literales

sábado, 6 de junio de 2015

Da igual, los guardias murieron

Caracas, 07 de julio de 2015


Suenan unos tiros, a lo lejos, pero para el efecto lejos o cerca da igual. Lucas está en su casa y los escucha muy, pero muy cerca. Tiene 8 años y su mamá ha decidido no ocultar información; desde el año pasado las detonaciones, olor a bombas larimógenas y explosiones se convirtieron en parte del escenario cotidiano con el que han tenido que vivir. Tenían varios meses donde solo se escuchaba el sonido de los autos, de la autopista. Pero ayer fue distinto, el horror tocó la puerta de nuevo. Una vecina nerviosa, le comenta a la mamá, a la mañana siguiente en el ascensor, que el ruido de ayer obedecía a que habían matado a 4 guardias de la zona. Un enfrentamiento entre policías y delincuentes: Todo esto lo escuchó Lucas antes de ir a su colegio, sin filtro.

Ya en clase, decide compartir su historia con sus compañeros, casi todos viven cerca del lugar y seguramente estarían enterados de la situación. Mientras la maestra corrige algunas tareas, comienza una discusión entre los integrantes de la mesa de Lucas acerca de la muerte de los guardias. Un niño se angustia con el relato y decide avisarle a la docente acerca de lo que ocurre en la mesa. Ante esto, la maestra decide hacer un alto a la clase, llama la atención de los niños y comenta: -Me han dicho que están hablando cosas muy fuertes, cosas que los niños de su edad no deberían hablar… A partir de este momento en este salón nadie hablará de muerte, cuando vayan a usar esa palabra dirán: Eliminar. Frente a esa aseveración, los niños y niñas se miran unos a otros y asienten ante la pregunta de la maestra: Está claro? Dirán eliminaron,

Al finalizar la clase, los niños se encuentran afuera del aula y uno le comenta a otro: Y ¿qué diferencia hay entre decir eliminar o matar? Total, ya los guardias se murieron.

Los guardias se murieron y los tiros retumban en sus cabezas, como residuos traumáticos de una sociedad que no sabe recoger sus miserias, ponerle palabras y construir una alternativa simbólica que de paso a la luz. Callamos y obligamos a callar a los que hablan, por miedo a que el relato haga reaparecer el hecho que tanto tememos. Cyrulnik (2009) explica que hay sociedades que no favorecen la elaboración de duelos colectivos, de importantes sufrimientos que comparten en común sus ciudadanos. Nosotros, definitivamente, somos uno de esos casos. En general, se nos dificulta enfrentar las diferentes situaciones que nos afligen y poder transformarlas en cambios posibles, para transformar lo que ocurre.

La acción de esta docente no es aislada, es muy parecida a muchas reacciones que escucho de padres y maestros de los niños/as con quienes trabajo en mi consulta privada y en los talleres que facilito. Ante la imposibilidad de dar respuestas que puedan tranquilizar a los niños  (¿Quién las tiene?), se apela a la negación o a la evitación de la realidad (nos hacemos los locos)  Y mientras tanto la realidad continúa su curso, con todos los matices que tiene, pero el mensaje es: De eso nadie habla.

Un aspecto que suele critircarse del discurso oficial es la tendencia persistente a negar todas aquellas situaciones políticas, económicas o sociales que representen una amenaza para su imagen, para su estabilidad. De este modo la inseguridad se reinterpreta como una “sensación de inseguridad”, la violencia escolar, según la ex-Ministra Hanson, no existe es una percepción subjetiva. La escasez  de productos de primera necesidad es debida a la guerra económica o de que las personas tenemos mayor poder adquisitivo para adquirir más productos. Y así, a través de las palabras, se pretende anular el problema, como si de ese modo, mágico, desapareciera. Algo, bastante similar hace la maestra dentro del aula, cambiemos el nombre y así todos nos quedamos tranquilos.

De alguna manera la mentira institucionalizada está invadiendo nuestros espacios privados, no necesariamente porque creamos ese discurso, o porque demos por cierto los que nos indican desde el discurso oficial. Lo repetimos, en la medida en que intentamos acallar las voces de nuestros niños/as, cuando ellos intentan mostrar y darle alguna explicación a este absurdo de violencia que nos ha invadido progresivamente. Por otra parte, al acallar las voces, estamos enviando el mensaje: La autoridad decide cuando y cómo debemos decir las cosas. Y a partir de este mensaje la sombra del totalitarismo se cierne sobre nuestros espacios más íntimos: Hogar y familia.

La realidad existe y existe tal y como la vemos. Si bien hay un monto de subjetividad que modifica la interpretación que se da, la violencia da miedo, nos hace vulnerables y nos hace sentir que hay Otro que, de forma abusiva, pretende hacer valer su postura ante determinada situación, a la fuerza. Ante eso no hay otra interpretación posible, sino el de la mirada de la injusticia, del abuso de poder. Si logramos transmitir con claridad este mensaje a nuestros niños/as y adolescentes, mostramos lo doloroso que implica sentirse desprotegido en la calle por el miedo a ser atacados. Podemos expresar la falta de acción del Estado para garantizar nuestros derechos humanos fundamentales,  incluso el más básico: La vida.  Y a su vez, podemos visibilizar las consecuencias del uso  irresponsable del poder  sobre la vida de todas las personas.

Nuestro rol de adultos está no solo en “tranquilizar” y dar “protección” Nuestro papel se extiende a que esa protección se traduzca en recursos para formar ciudadanos, que puedan enfrentar las situaciones cotidianas y puedan  desplegar su creatividad para encontrar soluciones. Somos modelos de la promoción del diálogo como estrategia primordial de comunicación y convivencia. Escucharlos, es reconocer su participación en la construcción de la sociedad, es dar voz a su derecho a la participación política contemplada en la Ley Orgánica de los Niños, Niñas y Adolescentes. Hablar de su ciudad, de lo que allí ocurre, de la situación general del país, forma parte de los temas que muestran el modo en que esto afecta su vida, su desarrollo. En tanto los afecta, les pertenece y merecen hablar de ello.


Para resolver esta situación se necesita la acción conjunta de todos, un coro de voces que de manera coordinada permita darle sentido y ponerle palabras a tanto horror. La mayor resistencia que podemos ejercer ante la opresión es la liberación de la voz en casa. Resistir también implica darle fuerza al poder de la palabra, al cuestionamiento reflexivo del poder  y a los valores democráticos dentro de nuestros espacios privados. Ayudar a los niños/as y adolescentes a pensar y soñar un futuro distinto y posible permite dar piso a esas ruinas que en algún momento tendremos que levantar.