Caracas, 24 de marzo de 2014
Luego de varios días de estruendos el bosque ya estaba tranquilo. Sabíamos que
el lobo está omnipresente y al acecho, pero hemos podido pasear libremente por las
veredas, disfrutar de lindos cielos despejados y cálidos. Las
calles han estado despobladas, más que de costumbre. Demasiado silencio hacía sospechar que la paz sería algo temporal. Y así fue, estábamos en casa y
comenzaron a escucharse fuertes explosiones. Sonidos poco reconocibles para
quien no ha vivido situaciones bélicas, pero lo suficientemente seguidos,
claros y cercanos como para comprender que no eran de celebración.
Los niños jugaban en casa, ese día no era prudente salir. El
cielo estaba igual de hermoso, pero el ambiente estaba cargado: de humo, de
ruido, de dolor. Los sonidos se prolongaron hasta muy entrada la noche y a
pesar de eso, mis pequeños no hicieron
alusión a los sonidos, ni a la necesidad de mamá de mantener todas las ventanas
y puertas cerradas. Cuando se tiene un mundo feliz en lo privado, logras
desconectarte con relativa facilidad de los horrores externos. No sospecharon
que el lobo había vuelto, o por lo menos así lo creí por un momento.
Sin embargo, a la mañana siguiente, otra mañana donde se
quedaron en casa sin ver a sus amigos y maestras, mi pequeñín de 3 años se
levantó sobresaltado y me preguntó:
- ¿Dónde está el leopardo?.
Yo le pregunté que a qué leopardo se refería, que no entendía, que seguramente había soñado
con ese animal. Me miró y me dijo:
- Mami, el leopardo está, está allí, me da
miedo, mucho miedo -e hizo movimientos de estremecimiento-. Y había un conejito,
llindo… Yo lo abracé, me lo llevé. El leopardo hace ruidos, ruidos. Yo me llevé al conejito. No quiere
ver al leopardo.
Después de escuchar su relato, entendí que lo que no se
habla, se sueña, se juega o se actúa. Mi
niño había registrado la situación, sabía que algo no estaba bien, sintió mi
miedo. Se conectó con mi necesidad de cuidarlo. Quiso cuidar al conejito como yo hice (y hago) con ellos, a ese conejito que es tan parecido a como yo lo siento a él.
Los niños tienen innumerables formas de mostrarnos su mundo
interno. A veces, dentro de la confusión, no logramos descifrar sus mensajes. Pero igual están allí: en los juegos, en los dibujos, en sus acciones y en ese sueño que me demostró
que no solamente hay lobos en el bosque... también hay feroces leopardos.
Excelente, Ale. Me estremeció a mi también lo que sintió Pablito. Que duro y fuerte este tiempo que les ha tocado vivir!!! DTB
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