sábado, 6 de junio de 2015

Da igual, los guardias murieron

Caracas, 07 de julio de 2015


Suenan unos tiros, a lo lejos, pero para el efecto lejos o cerca da igual. Lucas está en su casa y los escucha muy, pero muy cerca. Tiene 8 años y su mamá ha decidido no ocultar información; desde el año pasado las detonaciones, olor a bombas larimógenas y explosiones se convirtieron en parte del escenario cotidiano con el que han tenido que vivir. Tenían varios meses donde solo se escuchaba el sonido de los autos, de la autopista. Pero ayer fue distinto, el horror tocó la puerta de nuevo. Una vecina nerviosa, le comenta a la mamá, a la mañana siguiente en el ascensor, que el ruido de ayer obedecía a que habían matado a 4 guardias de la zona. Un enfrentamiento entre policías y delincuentes: Todo esto lo escuchó Lucas antes de ir a su colegio, sin filtro.

Ya en clase, decide compartir su historia con sus compañeros, casi todos viven cerca del lugar y seguramente estarían enterados de la situación. Mientras la maestra corrige algunas tareas, comienza una discusión entre los integrantes de la mesa de Lucas acerca de la muerte de los guardias. Un niño se angustia con el relato y decide avisarle a la docente acerca de lo que ocurre en la mesa. Ante esto, la maestra decide hacer un alto a la clase, llama la atención de los niños y comenta: -Me han dicho que están hablando cosas muy fuertes, cosas que los niños de su edad no deberían hablar… A partir de este momento en este salón nadie hablará de muerte, cuando vayan a usar esa palabra dirán: Eliminar. Frente a esa aseveración, los niños y niñas se miran unos a otros y asienten ante la pregunta de la maestra: Está claro? Dirán eliminaron,

Al finalizar la clase, los niños se encuentran afuera del aula y uno le comenta a otro: Y ¿qué diferencia hay entre decir eliminar o matar? Total, ya los guardias se murieron.

Los guardias se murieron y los tiros retumban en sus cabezas, como residuos traumáticos de una sociedad que no sabe recoger sus miserias, ponerle palabras y construir una alternativa simbólica que de paso a la luz. Callamos y obligamos a callar a los que hablan, por miedo a que el relato haga reaparecer el hecho que tanto tememos. Cyrulnik (2009) explica que hay sociedades que no favorecen la elaboración de duelos colectivos, de importantes sufrimientos que comparten en común sus ciudadanos. Nosotros, definitivamente, somos uno de esos casos. En general, se nos dificulta enfrentar las diferentes situaciones que nos afligen y poder transformarlas en cambios posibles, para transformar lo que ocurre.

La acción de esta docente no es aislada, es muy parecida a muchas reacciones que escucho de padres y maestros de los niños/as con quienes trabajo en mi consulta privada y en los talleres que facilito. Ante la imposibilidad de dar respuestas que puedan tranquilizar a los niños  (¿Quién las tiene?), se apela a la negación o a la evitación de la realidad (nos hacemos los locos)  Y mientras tanto la realidad continúa su curso, con todos los matices que tiene, pero el mensaje es: De eso nadie habla.

Un aspecto que suele critircarse del discurso oficial es la tendencia persistente a negar todas aquellas situaciones políticas, económicas o sociales que representen una amenaza para su imagen, para su estabilidad. De este modo la inseguridad se reinterpreta como una “sensación de inseguridad”, la violencia escolar, según la ex-Ministra Hanson, no existe es una percepción subjetiva. La escasez  de productos de primera necesidad es debida a la guerra económica o de que las personas tenemos mayor poder adquisitivo para adquirir más productos. Y así, a través de las palabras, se pretende anular el problema, como si de ese modo, mágico, desapareciera. Algo, bastante similar hace la maestra dentro del aula, cambiemos el nombre y así todos nos quedamos tranquilos.

De alguna manera la mentira institucionalizada está invadiendo nuestros espacios privados, no necesariamente porque creamos ese discurso, o porque demos por cierto los que nos indican desde el discurso oficial. Lo repetimos, en la medida en que intentamos acallar las voces de nuestros niños/as, cuando ellos intentan mostrar y darle alguna explicación a este absurdo de violencia que nos ha invadido progresivamente. Por otra parte, al acallar las voces, estamos enviando el mensaje: La autoridad decide cuando y cómo debemos decir las cosas. Y a partir de este mensaje la sombra del totalitarismo se cierne sobre nuestros espacios más íntimos: Hogar y familia.

La realidad existe y existe tal y como la vemos. Si bien hay un monto de subjetividad que modifica la interpretación que se da, la violencia da miedo, nos hace vulnerables y nos hace sentir que hay Otro que, de forma abusiva, pretende hacer valer su postura ante determinada situación, a la fuerza. Ante eso no hay otra interpretación posible, sino el de la mirada de la injusticia, del abuso de poder. Si logramos transmitir con claridad este mensaje a nuestros niños/as y adolescentes, mostramos lo doloroso que implica sentirse desprotegido en la calle por el miedo a ser atacados. Podemos expresar la falta de acción del Estado para garantizar nuestros derechos humanos fundamentales,  incluso el más básico: La vida.  Y a su vez, podemos visibilizar las consecuencias del uso  irresponsable del poder  sobre la vida de todas las personas.

Nuestro rol de adultos está no solo en “tranquilizar” y dar “protección” Nuestro papel se extiende a que esa protección se traduzca en recursos para formar ciudadanos, que puedan enfrentar las situaciones cotidianas y puedan  desplegar su creatividad para encontrar soluciones. Somos modelos de la promoción del diálogo como estrategia primordial de comunicación y convivencia. Escucharlos, es reconocer su participación en la construcción de la sociedad, es dar voz a su derecho a la participación política contemplada en la Ley Orgánica de los Niños, Niñas y Adolescentes. Hablar de su ciudad, de lo que allí ocurre, de la situación general del país, forma parte de los temas que muestran el modo en que esto afecta su vida, su desarrollo. En tanto los afecta, les pertenece y merecen hablar de ello.


Para resolver esta situación se necesita la acción conjunta de todos, un coro de voces que de manera coordinada permita darle sentido y ponerle palabras a tanto horror. La mayor resistencia que podemos ejercer ante la opresión es la liberación de la voz en casa. Resistir también implica darle fuerza al poder de la palabra, al cuestionamiento reflexivo del poder  y a los valores democráticos dentro de nuestros espacios privados. Ayudar a los niños/as y adolescentes a pensar y soñar un futuro distinto y posible permite dar piso a esas ruinas que en algún momento tendremos que levantar.