martes, 23 de agosto de 2016

De lobos y otros espantos

Cali, 23 de agosto de 2016 

        
No puedo pensar un bosque sin lobos, esos que  siempre hemos escuchado desde muy pequeños. Los lobos, los grandes representantes de las amenazas externas que generan temor en nosotros. Cada uno contiene un mundo particular, construido sobre la base de nuestras vivencias personales, de lo amable o antipática que haya sido la vida con nosotros. Ellos están contenidos en los cuentos infantiles, películas,  en el ideario colectivo y familiar. En este sentido en un libro que narra la historia de los usos del miedo se propone que figuras similares a las del lobo fueron representados en América como el "coco" . Las autoras afirman que (p.11):

Procedente de la tradición europea el “coco” llegó a América con las primeras familias españolas. El fruto peludo de la palma se llamó coco precisamente por su aspecto poco agradable. Porque el coco era un personaje indefinido, sin forma, cara ni voz reconocible, capaz de causar graves daños y, desde luego, repulsivo. Sólo los niños más pequeños podían creer en esa figura que resultaba indescriptible, capaz de cometer maldades abominables y habitante de algún remoto lugar lejos del mundo querido y conocido, por eso temible. Pero, sobre todo, el coco era útil para hacer callar a bebés llorones y a niños inquietos. No importaba que pronto los más avispados le perdieran el respeto, si ya había germinado en ellos la semilla del miedo.

No importa si al crecer caen en cuenta que esta entidad corresponde a una construcción simbólica, puesto que al transcurrir el tiempo los motivos del miedo gestado cambiará y permanecerá una “vaga amenaza de alguna sanción” que en algún momento se cernirá sobre quien se atreva a transgredir el orden”. Y así, desde las familias y las escuelas comenzamos a contribuir con el uso del miedo como forma de control social, que posteriormente es empleado por los gobiernos como un modo de ejercer el poder muchas veces de forma abusiva.

En América Latina hay un sin número de experiencias que hablan del uso de este tipo de estrategias por parte de los gobiernos para mantenerse en sus posiciones privilegiadas de poder. Susana Rotker (2000) hablaba que en nuestra región imperaba una ciudadanía del miedo que se refleja en estados de ánimo que permean las interacciones entre desconocidos en la ciudad. La interacciones cotidianas están cargadas de hostilidad hacia el Otro que considero diferente o desconocido porque es una amenaza, porque puede ser el coco, el lobo, el monstruo…

Mientras vivía en Caracas mis lobos cada vez se fueron tornando más feroces, el miedo que tenía de relacionarme con desconocidos fue creciendo al punto de ni siquiera querer mirar a los ojos a las personas en la calle. Es por esto que cuando llegamos a Cali, una ciudad llena de gente amable que valora el gesto de dar los “buenos días, tardes o noches”, pues no solo me llené de asombro sino que ha representado en sí mismo un proceso de adaptación.

Es así como el día de ayer me encontraba junto con mis hijos, caminando hacia mi casa por una zona un poco solitaria de Cali y de repente nos comenzó a seguir una niña, como de 10 años, bonita y muy bien arreglada.  Se aproximó a pocos centímetros de nosotros y me preguntó que adónde nos dirigíamos. Continuamos caminando y decidí indagar acerca de la razón de su presencia ante lo que responde: -Es que viene el lobo y me da mucho miedo. Ante su aseveración volteé la mirada adonde ella señalaba. Por supuesto que no lograba entender a qué lobo se refería, sus lobos y los míos no son los mismos. Ella me explicó que el lobo es el que se lleva las cosas. Volví a voltear y vi  a tres policías inspeccionando a unos vendedores ambulantes que se encontraban en la acera. Ella insistía que ese era el lobo, sus lobos: La policía. Como ella estaba acompañando a su mamá mientras trabajaba podían llevarse a la niña a “Bienestar Familiar”.

Más allá de las razones que expliquen tal “separación” que podrían fácilmente obedecer a la protección de los niños de la explotación laboral o del trabajo forzado (no lo sé), este episodio quedó dándome vueltas a lo largo del día. Honestamente sentí miedo de ser abordada repentinamente por una niña extraña; en Latinoamérica es totalmente factible que un menor de edad pueda robarte o colaborar con alguien para hacerlo. Su miedo competía con el mío y en ese momento no creo haber podido ayudar mucho más que en hacerle pensar a los policías que ella estaba conmigo (cosa que no hice de manera deliberada porque ella fue quien montó la escena)

Pienso en las condiciones injustas en las que suelen crecer muchos niños en condiciones de vulnerabilidad donde la sociedad no logra ofrecerle espacios seguros que puedan darle oportunidades de desarrollo sano, de bienestar. Pienso en esa niña que aborda a una extraña en la calle, como un modo de buscar seguridad. Pienso en los otros lobos que podría encontrarse en el camino al buscar “tal protección”. Pienso en la inmensa deuda que tienen los Estados con los niños, niñas y adolescentes. En sociedades cargadas de violencia, donde la calle lejos de ser un espacio seguro puede ser terriblemente peligroso, no dejo de pensar en la última frase que esa niña le dijo a mi hija cuando lo preguntó adónde pensaba ir:


-Voy a caminar, me quedaré por ahí, hasta que mi mamá me encuentre.             

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