sábado, 4 de julio de 2015

Sarita se va


Caracas, 04 de julio de 2015


 Nunca ha sido fácil decir adiós. Vengo con una falla de origen que hace que las despedidas sean episodios dolorosos, que prefiero evitar a toda costa. Lástima que me tocó vivir en un país donde decir adiós, se ha convertido en casi una rutina. Puedo contar por lo menos 17 años, desde la primera vez que tuve que despedirme de mi mejor amiga que se fue a estudiar para Argentina. Ya de ahí en adelante todo es historia y cada año la suma se hace mayor.

Sin embargo, debo admitir que durante mi niñez no viví ese tipo de situaciones, quizás por eso ahora que soy adulta, se me hace más difícil. Por el contrario, me tocó conocer y compartir con personas maravillosas cuyas familias habían salido de sus países, Chile y Argentina, escapando de las tiranías de Perón y Pinochet. Una de ellas sigue siendo mi mejor amiga. Tuve la fortuna de acompañarlas, de forma ingenua, en su proceso de arraigo y creación de una nueva identidad en un país, que para ese momento, tenía mucho que ofrecerles. Sobre todo tranquilidad.

Mis hijos habían logrado zafarse hasta este año de esas despedidas. Aunque personas muy queridas se han ido del país, su distancia nos ha afectado más a su papá y a mí. Hace dos meses recibimos la noticia que la familia de Sarita había tomado la decisión de irse del país. Sarita es una niña que mi hijo Pablo, de 4 años, quiere mucho. Se conocen desde  hace dos años y han construido una relación muy cercana. Durante algunas semanas estuvimos explicándole que su amiga se iba, que no la iba a ver más, pero en su registro, su pensamiento concreto solo le permitía concentrarse en el aquí y ahora. Solo se podía concentrar en la presencia de su amiga, con quien le encantaba jugar todos los días. Llegó el día de la despedida y en su salón organizaron una fiesta y Pablo decidió llevar unas cotufas para compartir: -Mami has unas cotufas deliciosas- decía- para que Sarita se ponga feliz. Y con esas cotufas y otras golosinas llegó el día del adiós.

No hay día de la semana que Pablo no hable de su amiguita. En el colegio, su maestra nos cuenta, que parte de la rutina matutina es preguntar a los niños cuál de sus compañeros está ausente o no asistió ese día particular. Cuando esto ocurre él levanta la mano y dice: -No vino Sarita. Y si bien la negación forma parte del proceso de duelo, no dejo de pensar que para Pablo, hablar de Sarita es su manera de mantenerla cerca, es jugar con ella en su recuerdo. Si bien acepta que su amiga no está, juega a hacerla presente con su memoria, logra mantener ese “objeto bueno” cerca, muy adentro para sentirse feliz. No en balde, desde el psicoanálisis se ha aportado que los procesos de duelo no consisten en separarse del muerto, sino de cambiar su relación con él (Allouch, 2006) Y si bien aquí nadie se ha muerto, las separaciones físicas de un ser querido, suelen experimentarse con un nivel de intensidad similar o por lo menos desencadenan procesos similares, a los que ocurren cuando alguien muere.

Si hay algo que me maravilla de la psique y particularmente de los niños, es su capacidad de mantener la esperanza y apego a la vida más allá de lo adversas que sean las circunstancias. Suelen construir mundos posibles y transformadores a través de la imaginación, lo que les da un margen de recuperación muy positiva. Mi Pablo, con su ensoñación, con su insistencia de nombrar a Sarita, me muestra su necesidad de gritar: Ella está aquí aunque no la vean y seguiré nombrándola para que nunca se vaya.  La mente encuentra rutas maravillosas para revincularse con los objetos “perdidos”, esos tesoros que le dan sustento al resto de nuestra vida.

Hoy nos enteramos que es posible que Sarita regrese y Pablo está “encantado” (literal) de verla de nuevo. Y también supimos que se van 6 niños del salón, todos fuera del país. Quizás el proceso de Sara le dará herramientas para manejar los cientos de duelos que vendrán en el corto plazo.

Referencia


Allouch, J (2006) Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca. Pág. 336. Ediciones Literales

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