Caracas, 04 de julio de 2015
Sin embargo, debo admitir que
durante mi niñez no viví ese tipo de situaciones, quizás por eso ahora que soy adulta, se me hace más difícil. Por el contrario, me tocó conocer y
compartir con personas maravillosas cuyas familias habían salido de sus países,
Chile y Argentina, escapando de las tiranías de Perón y Pinochet. Una de ellas
sigue siendo mi mejor amiga. Tuve la fortuna de acompañarlas, de forma ingenua,
en su proceso de arraigo y creación de una nueva identidad en un país, que para
ese momento, tenía mucho que ofrecerles. Sobre todo tranquilidad.
Mis hijos habían logrado zafarse
hasta este año de esas despedidas. Aunque personas muy queridas se han ido del
país, su distancia nos ha afectado más a su papá y a mí. Hace dos meses
recibimos la noticia que la familia de Sarita había tomado la decisión de irse
del país. Sarita es una niña que mi hijo Pablo, de 4 años, quiere mucho. Se
conocen desde hace dos años y han construido una relación muy cercana. Durante algunas semanas estuvimos explicándole que su
amiga se iba, que no la iba a ver más, pero en su registro, su pensamiento
concreto solo le permitía concentrarse en el aquí y ahora. Solo se podía
concentrar en la presencia de su amiga, con quien le encantaba jugar todos los
días. Llegó el día de la despedida y en su salón organizaron una fiesta y Pablo
decidió llevar unas cotufas para compartir: -Mami has unas cotufas deliciosas-
decía- para que Sarita se ponga feliz. Y con esas cotufas y otras golosinas
llegó el día del adiós.
No hay día de la semana que Pablo
no hable de su amiguita. En el colegio, su maestra nos cuenta, que parte de la
rutina matutina es preguntar a los niños cuál de sus compañeros está ausente o
no asistió ese día particular. Cuando esto ocurre él levanta la mano y dice:
-No vino Sarita. Y si bien la negación forma parte del proceso de duelo, no
dejo de pensar que para Pablo, hablar de Sarita es su manera de mantenerla
cerca, es jugar con ella en su recuerdo. Si bien acepta que su amiga no está,
juega a hacerla presente con su memoria, logra mantener ese “objeto bueno”
cerca, muy adentro para sentirse feliz. No en balde, desde el psicoanálisis se
ha aportado que los procesos de duelo no consisten en separarse del muerto,
sino de cambiar su relación con él (Allouch, 2006) Y si bien aquí nadie se ha
muerto, las separaciones físicas de un ser querido, suelen experimentarse con
un nivel de intensidad similar o por lo menos desencadenan procesos similares,
a los que ocurren cuando alguien muere.
Si hay algo que me maravilla de
la psique y particularmente de los niños, es su capacidad de mantener la
esperanza y apego a la vida más allá de lo adversas que sean las
circunstancias. Suelen construir mundos posibles y transformadores a través de
la imaginación, lo que les da un margen de recuperación muy positiva. Mi Pablo,
con su ensoñación, con su insistencia de nombrar a Sarita, me muestra su
necesidad de gritar: Ella está aquí aunque no la vean y seguiré nombrándola
para que nunca se vaya. La mente
encuentra rutas maravillosas para revincularse con los objetos “perdidos”, esos
tesoros que le dan sustento al resto de nuestra vida.
Hoy nos enteramos que es posible
que Sarita regrese y Pablo está “encantado” (literal) de verla de nuevo. Y
también supimos que se van 6 niños del salón, todos fuera del país. Quizás el
proceso de Sara le dará herramientas para manejar los cientos de duelos que vendrán
en el corto plazo.
Referencia
Allouch, J (2006) Erótica del duelo
en tiempos de la muerte seca. Pág. 336. Ediciones Literales
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