jueves, 16 de julio de 2015

¿Qué haría Alicia?

             Caracas, 15 de julio de 2015                                                  
                                                         


Lucha de Alicia contra el Jabberwocky





Cuando vives en un país parecido al inventado por Carroll, nada es sencillo. Se hace particularmente difícil criar a tus hijos/as con un criterio ético que obedece a los parámetros de un lugar donde las reglas se construyen para seguirlas y no para desobedecerlas, tal como ocurre de manera habitual en Venezuela. Llama mi atención como la ideología logra colar hasta los contextos más reflexivos. Esos que deliberadamente tratan de darle significado a las incongruencias del discurso,  que vienen desde las narrativas oficiales. En este sentido los niños/as muestran a través de su interpretación de la realidad y de sus experiencias, muchas de los fantasmas contra los que luchamos a diario. Debo decir que cuando los reconozco me espanto, respiro y retomo la idea de qué se inventaría Alicia para salir del escollo disparatado que se encontró en ese país surreal: El de las maravillas.

Luisa, 9 años, crece en una familia constituida por dos profesionales universitarios. En casa se discute abiertamente de temas políticos y se le da la oportunidad de opinar y expresar sus puntos de vistas acerca de la situación del país. En medio de una conversación expone: -Ojala que cuando Maduro se muera tengamos a Capriles como Presidente. Sus padres desconcertados ante el comentario, le piden que profundice en su planteamiento, ante lo que responde: -¡Claro! Es que antes de Maduro estuvo Chávez y después que se murió fue que hubo un nuevo Presidente. Por eso digo, que cuando se muera Maduro entonces podremos tener algo mejor.

Esta anécdota, supone un desconocimiento de la alternabilidad del poder que es inherente a toda democracia liberal, representativa, participativa o el calificativo que se le quiera adjudicar. La idea básica es que el poder debe rotar y que para ello, los ciudadanos deben elegir la figura que ocupará ese lugar. Luisa ha ido a votar con sus padres desde que tenía 3 meses de nacida, conoce la importancia del voto, de las elecciones. Sin embargo, la realidad pesa más, durante 7 años solo conoció un presidente y ahora hay otro porque el primero murió. Así de simple, así de concreto, la democracia se transmite a través de los hechos y no de palabras.

Marcos, 7 años, vive con su mamá. Su papá nunca ha vivido en casa. En su hogar la idea de emigrar ha sido recurrente desde hace 3 años, pero no se ha podido concretar. Su madre trabaja para un ente gubernamental y trabaja muy duro para sostener su hogar. Un día, mientras hablaban de sus planes de irse, surge el planteamiento de la inversión económica que supone. Ante esto Marcos mira a su mamá y le dice: Mamá, ojala todo fuera gratis, así pudiésemos hacer lo que queremos. Que nos den todo, que salgamos a la calle y podamos tener todo sin pagar.

Este argumento de la gratuidad sin trabajar forma parte del discurso populista que se ha arraigado en la sociedad de manera casi irreversible. Y si bien cuando se es niño ese tipo de ideas pueden ser esperadas, no dejan de ser un reflejo de la trampa que los regimenes autoritarios le ponen a sus pueblos: Si apoyas todo lo que hago y digo, aunque no funcione, tendrás lo que deseas. Y así, dentro de esa trampa, los únicos que alcanzan sus objetivos son quienes ostentan el poder. Debe quedar claro para todos, niños y adultos: NADA es gratis; todo supone un costo emocional, económico o de otro tipo. Esta fantasía obedece a carencias muy primitivas, de etapas muy tempranas del desarrollo, donde la madre debía satisfacer todas las necesidades de manera continua y sin esfuerzos. Las sociedades, como las personas, deben caminar hacia la autonomía para desarrollarse y construir vidas ajustadas a lo que desean de sí mismas. Para ello hay que luchar, si esperamos pasivamente que alguien lo haga por nosotros tendremos que someternos a lo que ese alguien desee darnos y ajustarnos al futuro que tenga pensado para si mismo.

María, vive en un sector popular, tiene 10 años y en su familia hay conflictos permanentes por diferencias partidistas. Su mamá le insiste que sus afectos no deben estar supeditados a las diferencias políticas, pero en la práctica se ha dado cuenta que el asunto es complicado. Conversando con su maestra y algunos compañeros comenta: -Yo no entiendo, yo creo que todos deberíamos pensar lo que piensa Maduro y ya, todo sería más sencillo si todos pensáramos lo mismo, así no habrían esas peleas que son tan fastidiosas y seríamos más felices.

El efecto que la polarización política ha dejado en las familias venezolanas ha sido devastador. Los espacios de disidencia cada vez son más cerrados y los niños han crecido viendo a sus familias dividirse por asuntos que no obedecen a diferencias afectivas sino políticas. Esto se erige como un resultado del discurso polarizador oficial, que para fines de poder, se utiliza con cierta regularidad para buscar cohesión con las ideas del líder político. Si bien no resulta una imposición directa por parte de poder que todos pensemos iguales, suele haber una recriminación y descalificación permanente del discurso contrario al oficial, que en lo concreto devela la idea: Si todos nos alineamos con el poder, podremos ser felices. Menuda trampa con la que nos encontramos en ese país surreal de Carroll. Como la reina de corazones, el poder es voraz, insaciable y por más obediencia que se le profese jamás parará en sus ansias de control. Renunciar a nuestras ideas, en busca de la felicidad, quizás es de los contrasentidos más lamentables que impone el totalitarismo.

Es por esto que debemos estar atentos a los discursos de nuestros pequeños/as. Dar voz a sus preocupaciones acerca de la realidad económica, política y social. Esa es la única manera de toparnos con estas “trampas” que quedan arraigadas en su manera de comprender su relación con la sociedad y con el poder. Nuestra mediación como facilitadores para la reflexión, para la problematización de la ideología impuesta es fundamental. Nos permite darles recursos que les permitan cuestionar los sinsentidos que, lamentablemente, se han convertido en hábitos. En apariencia, en la superficie, son inofensivamente “maravillosos” (como el de Alicia).


Y, ante la insistente pregunta: ¿Cómo lo hacemos? ¿Qué debemos hacer? Les invito a preguntarse: ¿Qué haría Alicia?

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