Caracas, 23 de noviembre de 2015
Caperucita Roja |
Admito que es una visión un poco simplificada de la
dimensión ética del ser humano, pero cuando se trabaja con niños descubres que
mientras más concreto sea tu lenguaje, mientras más apegado a su experiencia
esté, habrá una mayor posibilidad de que puedan comprender alguna situación y
que, posteriormente, puedan generalizar su comprensión a otras experiencias
similares. Lo ético y lo político son dimensiones por las que los niños se
pasean a diario, aunque los adultos nos empeñemos en excluirlos de este tipo de
discusiones. Cuando un niño debe decidir si denunciar u ocultar alguna agresión
a la que está siendo sometido un compañero se debate entre exponerse y proteger
a su par o retroceder (hacerse el loco) y quedar como cómplice del agresor a
partir del momento en que decidió hacer silencio.
Los silencios en sí mismos, también cobran una dimensión
política. Cuando el silencio ante actos
injustos se convierte en el lugar común de una comunidad para manejar la
violencia, la convivencia se mella, se
hace pesada. El con-vivir se configura
en una serie de desconfianzas que solo responden a los intereses de protegerse,
de sobrevivir. La invisibilidad es un riesgo que vale la pena asumir.
Cuando los niños descubren que con sus acciones son capaces
de transformar el espacio público, que con sus acciones logran transformar las
relaciones y vidas de los demás, logran involucrarse más con los lugares donde
hacen vida. La paz lejos de ser un resultado, un estado de tranquilidad
incólume donde todos vivimos en armonía, es un proceso dinámico que se
construye a partir de la capacidad de cada uno de nosotros para resolver de
manera asertiva los conflictos. Es decir, que podamos resolver conflictos sin
hacer uso de la violencia.
Uno de los modos de evitar las acciones violentas hacia los
otros, de resolver de manera asertiva los conflictos, es partir del significado
que tienen las personas para nosotros, nuestros compañeros, nuestros amigos,
los seres humanos en general. Hace poco estuve en Barquisimeto en un encuentro
bastante productivo con padres, madres y profesores. Hablamos de la promoción
de una cultura de paz en la escuela. Dentro de las reflexiones realizadas
destaca la de una profesora quien narró una experiencia con un alumno de los
últimos años de educación diversificada. Luego de tratar por todas las vías
disciplinarias de propiciar un cambio en la conducta disruptiva del joven
decidieron aventurarse en una estrategia arriesgada. El joven debía pasar el resto
de su año escolar colaborando con una docente de preescolar, su función era
estar dentro del aula de clase por un periodo determinado apoyando en control
grupal y otras responsabilidades. El joven aceptó con renuencia y asistió a su
primer día de trabajo con desagrado y para su sorpresa y el de todos los demás,
este joven regresó transformado después de ese primer día de trabajo con los
niños. En sus palabras “había encontrado a un niño igual a él y quería ayudarlo
a cambiar” Y así lo hizo, pero en su afán de “tutorear” a su pupilo, su
conducta también se transformó. A partir de la relación con el niño logró hacer
una conexión afectiva con sus profesores, con sus padres; logró comprender la
hostilidad con la que muchas veces se relacionaba con ellos y con sus
compañeros. A este joven el vínculo le dio una oportunidad para repensar
algunas experiencias vitales desde una posición diferente.
En tiempos donde la polarización política induce a simplificar
de manera categórica la realidad, tenemos la meta de construir espacios
diversos donde los niños con su maravillosa capacidad para ver y tolerar lo
plural, se den la oportunidad de pensar (se) en relación con los Otros. Que al
final puedan ser leales a sus afectos, a criterios éticos universales donde el
conflicto puede ser un aprendizaje para la vida, para ser mejores personas.