Caracas, 9 de septiembre de 2015
Sin lobo no hay cuento |
En algunas familias que he tenido
la oportunidad de atender, este tipo de postura suele ser adoptada por algunos
miembros, para proteger los vínculos afectivos del efecto lacerante que genera
la polarización. Sin embargo, para los niños y niñas que conozco esta posición
les resulta incomprensible y ni siquiera se la plantean. Sin importar la
simpatía partidista que profesen, sus opiniones suelen ser claras y coherentes
con aquello que piensan. Es posible que esto forme parte de los efectos que
causa vivir en un país donde la dicotomía está la orden del día y las
categorías partidistas forman parte del modo en que comprenden las relaciones y
la elección de sus amistades. Por más lamentable que parezca, esta es una de los
dilemas ético-políticos por los que deben atravesar los niños/as que habitan en
sociedades donde impera un discurso polarizado, como el que desde hace muchos
años padecemos en Venezuela.
Sin embargo, haciendo una
revisión de mi experiencia clínica, recordé la experiencia grupal (p.173) que tuve con
un grupo de niños de 5to grado de un colegio del oeste de Caracas en el año
2005. En esa experiencia se buscaba estudiar el impacto de las situaciones de
polarización política en los niños. A través de una historia extraída de un
libro albúm (los niños no quieren la guerra) se les invitaba a formar parte de
un juego que estimulaba la adopción de posturas polarizadas. Debían dividirse
en dos bandos (rojo o azul) y en función de eso jugar a librar la guerra que
proponían los reyes del cuento. Los
grupos se dividieron casi naturalmente: Las niñas se aliaron con la reina roja
(yo) y los niños con el rey azúl (mi compañero) Cuando ya casi todo estaba
decidido, un niño de manera determinada nos expresó su decisión de pertenecer a
otro reino. Todos los presentes nos quedamos un poco desconcertados y
exploramos con detalle a qué se refería, y sin muchas vueltas nos dijo: -Yo soy
del reino amarillo, sino no juego.
En ese momento, nos pareció
fascinante su determinación y divergencia ante la dicotomía y años después la
valoro y entiendo más. Gabriel, era un niño con sobrepeso, solitario, de muy
pocos amigos, persistentemente era receptor de las burlas de sus compañeros.
Quizás por esto, estar solo le resultaba una mejor idea. Pero por otro lado,
era un niño agudo, profundamente crítico que continuamente le reflejaba al
grupo la “estupidez” de seguir una guerra que habían creado unos gobernantes y
que no tenía ningún sentido para ellos. Recuerdo que planteaba que la amistad
que ellos tenían, valía más que ese juego y que lo que estábamos proponiendo
desde la “autoridad” Su postura crítica hizo tambalear las convicciones de
muchos niños, que en su momento le solicitaron formar parte de su reino.
Resultó ser un líder carismático, pausado, que ofrecía comodidades y seguridad
a sus nuevos seguidores. Esta postura le ofreció un nuevo lugar en su salón,
sus compañeros comenzaron a reconocer cualidades que no habían visto. El
amarillo surgió como una opción honesta, cuestionando el poder y se erigió como
una opción despolarizadora del grupo.
Hasta el día de hoy esa es la única postura “neutral”
que ha logrado convencerme, que me ha
llevado a repensar el rol de los espectadores dentro de las dinámicas de
violencia y de la posición que cada quien decide asumir en un momento dado. Su
voz fue la de un espectador activo (upstander) que decidió romper con la
dinámica de desigualdad de poder propuesta y, de manera respetuosa, introdujo
una opción cuestionadora que diera paso a la disidencia.
Lo veo desde la distancia que da el tiempo,
en mi memoria. No supe más de él, de ellos.
Ojala que ese amarillo le haga
brillar siempre.